Crónica urbana SE CONFESABAN AMIGOS DE DIOS

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Corría el año 1952 en Barquisimeto, fecha cuatricentenaria de la ciudad, y aunque por ese tiempo la censura del Gobierno a los medios de comunicación era de contundente mordaza y lápiz rojo, se mantenían abiertos los micrófonos de cuatro emisoras radiales. Estas llegaban a la audiencia con música popular, informaciones de sucesos, deportes, cultura y creativas pautas publicitarias. En esas programaciones laboraban locutores de afinada dicción, entre ellos una cautivante voz femenina: María Ríos.
El dueto Los Hermanos Gómez, la cantante Bertica Medina, el cantautor Pedro Zárraga Barreto y otros artistas criollos cumplían el papel de habituales invitados de aquellas radios. Actuaban ante un nutrido público agrupado en palcos de los estudios, sentados frente a enormes cristales desde donde se veía, se oía y se soltaban espontáneos aplausos.
Una de las emisoras, Radio Barquisimeto, estaba ubicada al final de la carrera 20, sector Bella Vista, cerca del viejo cementerio. Más allá, por el lado oeste de este camposanto, existía un barrio llamado El Correccional, así bautizado porque funcionaba allí un centro del Consejo Venezolano del Niño, institución que atendía a muchachos en peligro de calle o de familias en situación de pobreza económica.
Al barrio El Correccional habían llegado núcleos familiares procedentes de diversos lugares, aventados por el éxodo rural. La mayoría fabricó sus casas usando adobes, tejas, arena y cemento; otros las construyeron de bahareque con techos de zinc o de hachos sobre bien apisonada tierra. Esa barriada ocupaba el extremo oeste de Barquisimeto, en espacios entre las calles 48 y 52 y las carreras 18 y 23, asiento de gente buena con manos para fundar pueblos que por su origen y su mirada se confesaban amigos de Dios.
La vida económica y social del barrio era sencilla, se sostenía del trabajo artesanal y del pequeño comercio, representado éste por bodegas siempre bien surtidas. Había también barberías, talleres caseros de alpargatas y zapatos; fábricas de chinchorros y hamacas; carpinterías y botiquines. Se compraba verdura y carne fresca a vendedores ambulantes que andaban pedaleando bicicletas de reparto, y se buscaba agua en unos tanquecitos de concreto ubicados en algunas esquinas. Además, el preciado líquido se vendía cargado en tambores sobre carretas tiradas por viejos caballos.
El único diario matutino local era EL IMPULSO, vendido desde la madrugada por muchachos pregoneros que voceaban las noticias de primera plana; por las tardes salía “Última Hora”, de menor circulación. Funcionaban dos escuelas de primaria, “Pablo Manzano Veloz” y “Virginia de Andrade”, y la comunidad religiosa sentía contento porque se levantaría un templo católico en terreno donado por vecinos de la calle 50. Una ancha vía llevaba adonde se construía El Obelisco, monumento símbolo de los 400 años de Barquisimeto.
Estaba presente la juventud, adaptada a la onda de la moda: las muchachas vestían hasta los tobillos anchas faldas con dura tela debajo que cumplía la función de armador; también vestían ceñidas blusas y zapatos de estirados tacones. Y cuando había fiesta en el barrio, una peluquera les arreglaba el pelo haciéndoles “la permanente”. Los varones se ponían pantalones tubitos con doble ruedo, desahogadas camisas y brillantina en el cabello. Daban el trato de “llaves” a los amigos de confianza y jugaban béisbol a campo abierto.
Cuando del barrio se requería el servicio de un médico, éste pronto acudía de maletín en mano, atendía en casa del enfermo y hasta obsequiaba algunos remedios. Eran admirados los doctores José María Pérez Coronel, Jesús Colmenárez Oropeza, Jesús Méndez Rojas y otros abnegados profesionales de la medicina.
Así, por aquel entonces, el barrio El Correccional de Barquisimeto era un tranquilo acontecer urbano acostumbrado a la austeridad y a los buenos hábitos de convivencia.

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Otto Acosta

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