No resulta extraño que en las cárceles venezolanas se celebren grandes saraos. Muchos recuerdan la celebración de los quince años de la hija del pran Wilmer Brizuela en la cárcel de Vista Hermosa, una preciosa muchacha que de blanco y corona, hizo su debut social en el recinto carcelario.
Hace poco leí sobre la piñata del hijo de otro pran, donde hubo DJ, perros calientes, piscinada y otras amenidades. El caso es que los pequeños asistentes salieron tan fascinados, que todos querían ser pranes. Uno de los niños, al siguiente día de escuela, le dijo a la maestra que la iba a matar porque así no tendría que esperar a crecer para convertirse en pran. La maestra renunció, aterrada.
Recordé entonces hace unos diez años cuando la directora de un liceo de Maracay me comentó con enorme preocupación que los jóvenes más populares eran los malandros, pues les llevaban de regalo a las muchachas las cosas que robaban. “Los buenos estudiantes no tienen ni con qué invitarlas a un refresco”, me dijo.
Así las cosas, resulta muy deprimente pensar si cambiará algo que está aparentemente tan arraigado en la conducta de tantos venezolanos. Encima, los arquetipos del malandro y el malandraje están aupados, aplaudidos y auspiciados por y desde el poder.
Pero Venezuela es un país tan curioso, que el antídoto lo tenemos aquí mismo. El remedio para nuestros males, el ejemplo a seguir, el modelo que debe inspirar (y que de hecho, ha inspirado otros proyectos) no tenemos que buscarlo fuera, ni inventar: es nuestro Sistema de Orquestas.
El jueves pasado estuve con mi apreciada y respetada gente del Rotary Club hablando sobre educación. Todos estuvieron de acuerdo cuando les mencioné a El Sistema como baluarte del cambio, símbolo de la Venezuela que se niega a morir hundida en la violencia y la mediocridad. Cuando un niño entra a una orquesta, no sólo él, sino toda su familia, entran en el círculo virtuoso de valores que la enseñanza de la música entraña: orden, responsabilidad, compañerismo, excelencia, trabajo… Un niño que forma parte de una orquesta, será exitoso en lo que se proponga hacer en su vida.
Cuando pienso en estas cosas, en mi mente y en mi corazón le doy las gracias al querido y admirado Maestro Abreu. Y me invade una paz increíble. Sí, claro que saldremos de ésta.