Por la misma aversión natural que me produce el poder arbitrario, soy contrario a tomar la justicia por la propia mano. Creo en el Estado Democrático y Social de Derecho. La Constitución de 1999 le agregó “y de Justicia”, lo cual puede interpretarse, por estar el concepto ligado a la dignidad de la persona y sus fueros, como Estado Democrático de los Derechos Humanos, en línea con el Profesor Meier Echeverría.
Anduve por Mérida, “labradora y estudiosa” que diría Don Mariano en su fino modo de comunicar las ideas. Por la capital del estado, la ciudad universitaria. Por el Valle del Mocotíes en Bailadores, Santa Cruz de Mora y Tovar, y por esos mismos rumbos más al Sur en Guaraque
Chío Zubillaga Perera, ese “Caroreño Universal” que diría su biógrafo Páez Avila, acuñó la expresión “Próceres del Trabajo” para referirse a esos héroes anónimos que con su empeño contribuyen a la tarea colectiva de construir la vida social. Hombres y mujeres de esfuerzo cotidiano, capaces de entregar cada jornada lo mejor de sí en la labor emprendida.
No es lo mismo un gobierno que una revolución. Un gobierno intenta, con variable éxito, solucionar problemas o evitar queestos se produzcan. Una revolución, en cambio, pretende resolver la causa de todos los problemas.
Habrá quien celebre los problemas en la Unidad. No es mi caso. El único actor con verdaderas razones para alegrarse por algo así es su beneficiario: el gobierno. Sería inútil ponerse a ensayar una distribución de responsabilidades en la situación actual de la
oposición venezolana, así que no lo haré