Soy enemigo de la inflación en el campo de los derechos humanos. Se corre el riesgo de banalizarlos y, adicionalmente, de hacer casi imposible la eficacia de sus garantías.
Cada vez que leo el nombre del expresidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, Zapatero a secas, mi atención no se desvía. Pero vuelvo a 1998, cuando advierto al Departamento de Estado – ya bajo influencias de Thomas Shannon – sobre la colusión que cocina Fidel Castro entre Hugo Chávez, candidato, y los entonces gobernantes árabes fundamentalistas de Libia e Irak.
Desde su génesis, lo cuento en mi libro El Problema de Venezuela (2016), el régimen organiza milicias paramilitares,“círculos “bolivarianos”, que le ofrecen rostro a sumalévolo discurso sobre la revolución pacífica pero armada.
La exacerbación de la podredumbre, de la corrupción y el acusado entendimiento de parte de las élites políticas latinoamericanas – arguyendo necesidades de paz...
En su hora agonal, que replica al calco nuestra hora corriente, el Padre Libertador – paradigma del primer mito nacional que luego exacerban los plumarios al servicio de las autocracias y que ocupan el tiempo mayor de nuestra vida republicana, el del César democrático - le escribe a su tío Esteban Palacios concluida su proeza revolucionaria.