Vista a la distancia y en medios externos, Venezuela va quedando en caricatura. Resalta siempre un país dotado de riquezas al parecer inagotables, que se las arregló para caer en el más profundo foso de miseria sin siquiera pasar por una guerra. Se observa una sociedad que se presumió rica, progresista y democrática; que voluntariamente se entregó a un grupúsculo de marginales políticos, y borró por completo su efímera ilusión de paz, evolución y prosperidad.
El cuarto de siglo del catastrófico Foro de Sao Paulo parece llegar a su fin. Inspirado por el extinto Fidel Castro en 1992, nació como refugio de los detritus neocomunistas del Hemisferio ante la debacle soviética.
La tragedia que hoy vive Nicaragua es una repetición corregida y aumentada de la experiencia venezolana: Protestas masivas y en alto grado espontáneas, reprimidas con violencia por bandas forajidas mientras fuerzas armadas oficiales se hacen cómplices o se cruzan de brazos.
La mejor manera de garantizar que un resultado jamás se logre es ponerle condiciones imposibles. A comienzos de los años 1960 la comunidad internacional exigía “unidad” al exilio cubano como elemento esencial para acabar con aquella dictadura