Los años solo nos limitan si nosotros dejamos de luchar. Por rudo e imparable que corra el tiempo, cada época tiene sus propias glorias, sus obsesiones, sus alegrías, sus temores, sus dudas, sus siembras, sus frutos y sus crisis.
La memoria puede fallar en algún momento. Como a la vida tampoco a ella le está garantizada su permanencia ni lucidez por tiempo indefinido. El tiempo vale oro, de allí surge la necesidad de anotar o grabar todo lo que podamos, lo que se nos ocurra, lo que sintamos, nuestros aprendizajes, exploraciones, experiencias y sueños.
“Un día puro, libre, alegre quiero, no quiero ver el ceño vanamente rígido de aquel que la sangre ensalza o el dinero. Despiértenme las aves con su cantar sabroso no aprendido, no los cuidados graves de que es siempre seguido el que a la ajena autoridad vive arrimado” (Fray Luís de León).
Permanecemos en este mundo de puertas abiertas llenos de preocupación, envueltos en una maraña de temores. Quejarse de nada sirve, buscar la solución a los problemas es el camino. Aunque la caída haya sido fuerte, levantarse y seguir adelante es más honroso que permanecer caído o esperar que venga otro a levantarlo.
La luz de este día trae consigo un semillero de recuerdos y nostalgias, relucen las instancias pobladas de remembranzas, los nidos cantan a la vida, sueñan los ruiseñores.