Un mundo, lo he vivido. Muchos años han pasado, mil recuerdos van quedando. He querido me han querido, se van yendo los amigos. Poco a poco van pasando los instantes de la vida y el refugio electrizante.
Los años se nos van y pasan como pasa el tiempo raudo y veloz. El espejo no miente, la época aquella en la que nos sentíamos poderosos, estimulados por el optimismo de los años juveniles en que todo lo vencíamos y todo lo lográbamos, nuestra sustancia funcionaba a todo vapor, nos creíamos dioses envueltos en caramelo, la bonitura y la potencia nos acompañaba en todos los campos, todo eso se nos fue, nunca pensamos en que todo cambiaría más temprano que tarde.
“El arte de envejecer es el arte de conservar alguna esperanza” (André Maurois). La vida importa a pesar de las enfermedades, de la soledad y de las tristezas. Dentro de sus truncadas luchas, el hombre va dejando los rastros de ese algo que le falta y que buscará hasta el final como gota de agua que falta a su desierto.
La vejez no puede considerarse como sinónimo de decrepitud. Al llegar a esta edad el hombre puede mantener una vida activa, entretenida y satisfactoria.