El árbol crece robusto, buscando el cielo, sea ceiba, ciprés o álamo. Alcanzado su nivel más elevado y la plenitud de su follaje, es capaz de vencer al huracán o la tempestad, porque está afianzado en profundas raíces escondidas en la tierra. La catedral gótica y el rascacielos suben desafiando, tanto la gravedad con su delgada silueta que toca las estrellas, como al terremoto que los hace oscilar sin derribarlos, porque se aferran a
sus sólidas bases invisibles.
“No es prudente elevar a hombres inéditos hasta una labor importante de dirección, para ver qué sale. -¡Como si el bien común pudiera depender de una caja de sorpresas!”
Un nombre muy bien puesto porque todo volcán es fuego. Fuego de las profundidades de la tierra que se agita e irrumpe en la superficie derramando tragedia.
Dos puntos previos. Primero, cometí un error en mi artículo anterior, “Soberbia científica”, mi amigo, el erudito Dr. Paul Leizaola Azpiazu, me lo corrigió: el sabio sacerdote belga, Georges Lemaître, no era jesuita, sino del clero secular.