Ante los diversos desafíos que presenta el mundo de hoy, ante la inminencia de una guerra fratricida que enarbola banderas erróneamente en el nombre de Dios, no podemos quedarnos con los brazos cruzados, ciegos, sordos o mudos, si lo que está en el tapete es la destrucción de la humanidad. Ya esta contienda la ha ido ganando las fuerzas del mal desde tiempo atrás, al tocar la educación de nuestros jóvenes, por la falta de valores morales y principalmente religiosos. La ausencia del temor a Dios es una constante universal.
Hace 170 años, en 1845, vio la luz uno de los poemas más extraordinarios de la literatura universal: TheRaven, por su título original en inglés. Escrito por un incomprendido por entonces escritor sureño estadounidense llamado Edgar Allan Poe, quien además vivió una tormentosa y alucinada vida de apenas 40 años. Otros hombres geniales han vivido de forma intensa y fulgurante: Van Gogh 37 años, y a nuestro excelso poeta José Antonio Ramos Sucre el insomnio lo acabó a los 40 en la lejana Suiza.
Hay momentos en que ser de la tercera edad te haga sentir sólo. Es un obstáculo muy grande llegar a viejo, aunque a muchas personas no les asusta vivir, pero es triste y lamentable llegar a los sesenta años sin que te tomen en cuenta y nadie te dé empleo.
Es doloroso sentirse desocupado en este lapso y no ser candidato a un sueldo sólo por no cumplir con cierta edad. Te dicen que, “te quedaste en el pasado”.
La solicitud por las familias requiere de los pastores de la Iglesia un empeño especial por aquellas que tienen que afrontar situaciones objetivamente difíciles. “Estas son, por ejemplo, las familias de los emigrantes por motivos laborales; las familias de cuantos están obligados a largas ausencias, como los militares, los navegantes, los viajeros de cualquier tipo; las familias de los presos, de los prófugos y de los exiliados; las familias que en las grandes ciudades viven prácticamente marginadas; las que no tienen casa; las incompletas o con uno solo de los padres; las familias con hijos minusválidos o drogados; las familias de alcoholizados; las desarraigadas de su ambiente culturaI y social o en peligro de perderlo; las discriminadas por motivos políticos o por otras razones; las familias ideológicamente divididas; las que no consiguen tener fácilmente un contacto con la parroquia; las que sufren violencia o tratos injustos a causa de la propia fe; las formadas por esposos menores de edad; los ancianos, obligados no raramente a vivir en soledad o sin adecuados medios de subsistencia” (San Juan Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris consortio, n. 77).