Un vetusto proverbio dice que del apuro queda el cansancio. El refrán se escenifica una y otra vez en la ya larga historia del calvario rojillo de los venezolanos. En Venezuela, más que apuro prevalece el desespero, y esto ocurre porque las condiciones impuestas a una sociedad acostumbrada a sus libertades y prosperidad por varias décadas resultan verdaderamente insoportables.
Desde los primeros tiempos de esta mal llamada “revolución” – cuyo máximo portavoz denominó “proceso”; con toda precisión, porque su adefesio no ha sido más que un continuo proceso destructivo y degenerativo – gran parte de la gente pensante comenzó a rebelarse contra la orgía de populismo, irresponsabilidad y vulgaridad que se veía venir.
Lamentablemente, ese impulso de indignación que ha llevado al movimiento democrático a mantener una inalterable resistencia a las acciones y provocaciones de las mafias reinantes ha llevado a numerosos errores en una larga sucesión de intentos fallidos y frustraciones para sacudirnos la aberración.
En más de una ocasión se ha tomado una tesis perfectamente válida en un sentido abstracto y se cautiva la imaginación de la sociedad, aplicándola a destiempo o bajo condiciones imposibles, cayendo luego – una vez tras otra – en la frustración. Porque el asunto no es solo tener conceptos claros y válidos, sino también el don de la oportunidad para determinar el momento preciso de aplicarlos.
Algo de esto se comienza a asomar con el tema de las primarias. Casi todo el mundo está de acuerdo en que celebrar primarias para lograr un candidato único parece un modo idóneo de enfrentar a la tiranía en un eventual concurso electoral. Eso es perfectamente lógico.
Pero también es aconsejable tener algo de prudencia en cuanto al momento de aplicar ese recurso: Adelantarlo o retrasarlo puede resultar un factor decisivo en su eventual éxito o fracaso. De entrada, hay que tener conciencia que no estamos en una democracia occidental en la que este tipo de práctica puede transcurrir con relativa normalidad.
El arsenal de recursos difamatorios, la desfachatez prevaricadora del sistema, y la absoluta falta de cualquier vestigio ético de un régimen que a fuerza se impone – sin contar con la capacidad de sembrar discordia a través de quintas columnas – son tales que parece una temeridad ungir un portavoz único democrático con año y medio de anticipación.
El reciente triunfo de Barinas fue posible en gran parte porque el candidato se mostró con muy poca anticipación. En este caso, primarias, sí – pero cuidado con volver a jugar posición adelantada.
Antonio A. Herrera-Vaillant