Asumir las sociedades indígenas venezolanas desde el pasado hasta el presente por medio de la instancia del arte, constituye una loable labor que requiere conocimiento, tiempo, compromiso, seriedad y entrega.
Se trata de conocer las condiciones históricas y culturales de sus hombres creadores de arte devenido de su práctica social, política, económica, filosófica y religiosa. Su originaria cosmovisión mermada por la cultura occidental que lo considera inferior pese al portento de varias civilizaciones prehispánicas que sorprenden al prevalido conquistador europeo.
Algo propio de un Quijote en un mundo donde lo autónomo y nacional tiende a ser desplazado por el ventarrón mal entendido de la globalización, a veces por no estar preparado para asumir esos procesos. Máxime cuando se hace desde una corriente de la plástica como el informalismo cultivada por pocos en una especie de marcha contra la corriente.
Con todo, el pintor barquisimetano Luis Galíndez lo ha hecho desafiando la inevitable adversidad, prejuicios y resistencia. Lo emprende al abrazar lo que se considera en vías de extinción como son nuestras olvidadas y golpeadas etnias indígenas.
Convivió con los indígenas de la etnia Warikena para indagar en vivo su cultura y arte expresados en su particular cosmovisión del mundo que incluye en parte mitos, religión y magia. Se ha dedicado con empeño a su estudio e investigación durante varios años. Es más, su tesis doctoral en arte gira en torno a este tema revelador de la seriedad de su trabajo. De la palabra a los hechos.
Galindez pertenece a la primera camada de pintores egresados de la renovada Escuela de Artes Plásticas Martín Tovar y Tovar a partir de 1970, cuando asume su dirección Simón Gouverneur, quien rompe con la confesional escuela academicista. Sin ser un pintor abstracto estaba a la vanguardia del arte contemporáneo con su búsqueda de las raíces telúricas caribeñas y latinoamericanas. De allí proviene Galíndez erigido en un vehemente cultivador de la plástica informal.
Digamos que el informalismo es arte abstracto de la segunda posguerra del siglo XX en que la obra es producto de la casualidad del artista con su dosis de la filosofía existencialista. En este arte prevalece la subjetividad de la personalidad del artista expresado en la técnica de los materiales usados. Es el arte diferente.
Es así como ha plasmado en su obra pictórica ese mundo de lo ancestral que aún pervive en esta marginada franja de la nación. Sus cuadros son la proyección de lo telúrico originario para lo cual técnicamente ha recurrido a materiales como el barro y la arcilla. Pinta unas imágenes de grandes dimensiones en las cuales esparce a sus anchas los colores poseído por ese espíritu de libertad que emana del existencialismo. Lo determina la amplitud del espacio que no pierde de vista. Imágenes inventadas sobre la marcha que semejan cuerpos físicos de la naturaleza, a veces en rectángulo y cuadrado de contenido indígena.
Unas creaciones cuyo soporte cromático, entre otros, son el rojo amarillo, amarillo y el blanco con que logra ese clima. Con el blanco hace superposiciones hasta la transparencia. Los colores en Galíndez cumplen una función simbólica de lo material y espiritual de las etnias venezolanas. Así, por ejemplo, el rojo y otras pigmentaciones apuntan hacia ese cometido subjetivo del artista. El peso de la conciencia social del creador sobre el ser social. Es su búsqueda y camino artístico de rasgos contrastantes.
En esas coordenadas, Luis Galíndez presenta la muestra “Símbolos Furtivos” en la Sala Gladys Meneses del Instituto de las Artes de la Imagen y el Espacio (IARTES) de Caracas. La exposición estará abierta al público hasta el venidero mes de marzo con la curaduría del crítico e investigador Gabino Matos. Son 22 obras en formatos pequeño y grande labradas técnicamente con materiales como el barro y la arcilla. Una muestra con las singulares características de ese mundo aborigen a través de la corriente del informalismo.
Si lo que se quiere es acercarse a las antiguas sociedades indígenas venezolanas nada mejor que la obra de Luis Galíndez, el pintor de la Urbanización Morán. El hijo de ésa filántropo y buena gente de toda la vida, Gloria Galíndez López. Vale.