#OPINIÓN Jack Goody: El robo de la historia #24Ene

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Cuando se le pregunta a cualquier persona de nuestra orgullosa y arrogante cultura de Occidente cuál fue el primer libro que fue impreso en la historia de la humanidad, la respuesta no se hace esperar entre los interrogados: La Biblia. En efecto, en febrero de 1455 el impresor germano Johannes Gutenberg la imprime en su taller de la ciudad sureña de Maguncia, Alemania, en dos volúmenes y 1.282 páginas. Es el incunable más famoso de todos los tiempos y con ella se inicia la masificación de los libros en Europa, un proceso de cultura que hará posible la expansión de las universidades, el Humanismo y el Renacimiento, el llamado “Descubrimiento” de América, la Revolución Científica del siglo XVII y el dieciochesco Siglo de las Luces o de la Razón. Se inicia así, dice Ignacio Ramonet, el tercer gran hito comunicacional después de la palabra y de la invención de la escritura. 

 ¿Será cierto lo que acabamos de decir? ¿Es evidencia clara, inobjetable y segura?

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Jack Goody, crítica a la razón neocolonial

 Después de leer y examinar las muy sorprendentes, audaces y originales ideas del antropólogo británico Jack Goody (1919-2015) no estamos tan convencidos de ello, es una verdad que debe ser examinada con rigor crítico, como aconsejaba el historiador francés Marc Bloch. Este eminente estudioso de las culturas no europeas: India, China, Medio Oriente y África, ha escrito extraordinarios libros que nos hacen pensar de otra manera estas culturas que han sido miradas hasta ahora con desprecio y altanería eurocéntrica, calificándolas de estáticas, atrasadas, despóticas. Utilizando magistralmente el método comparativo en antropología, del cual es iniciador, Jack Goody se atreve afirmar que Europa ha cometido un gigantesco robo de la historia de las culturas periféricas e inmóviles, según se argumentaba falazmente, que ha servido para justificar el colonialismo de ayer y de hoy. Se ha opuesto firmemente Goody a la invasión estadounidense para “establecer la democracia” en  Irak y Afganistán, el desprecio de la Convención de Ginebra y a la terrible e ilegal prisión de Guantánamo en Cuba. 

El robo de la historia - GOODY, JACK: AKAL - · Librería Rafael Alberti.

En los inicios del siglo XXI publica este antropólogo nacido en la “Pérfida Albión” y profesor emérito de la Universidad de Cambridge, uno de los más firmes alegatos de todos los tiempos en contra del dañino y falaz eurocentrismo occidentalista y que nosotros en Latinoamérica poco conocemos e ignoramos. Esa investigación lleva por nombre: El robo de la historia, (The theft of history) 2006. En ella sostiene Goody, con incontables e inobjetables ejemplos, que Europa se ha robado los inmensos logros de los Otros, los no-europeos, tales como la invención de la democracia, el capitalismo, las universidades, la invención de la novela, la familia, el individualismo, los modales civilizados, la limpieza corporal, la interiorización del autodominio o el amor romántico, pues la propia idea del amor se ha considerado un fenómeno puramente occidental. Se dice que el amor, el amor romántico, va de la mano del individualismo, de la libertad (de la elección de pareja frente al matrimonio acordado), y de la modernización en general. Una verdadera esclavitud epistémica impuesta a todo lo extraeuropeo.

Sería demasiado extenso detenernos en cada uno de estos robos y que nosotros no habíamos advertido plenamente, pues la soberbia y altiva producción intelectual europea de Emmanuel Kant, Karl Marx, Max Weber, Norbert Elias, Fernand Braudel o más recientemente en Georges Steiner, se encargaba de repetirlos una y otra vez hasta convertirlos en excepcionalidades de la arrogante cultura de Occidente: son creaciones únicas de Europa, se decía con insistencia. Europa como única vía a la modernidad. Estos robos de la historia serán objetos de nuestras siguientes meditaciones.

Jack Goody se ha convertido en referencia obligada, acá en Latinoamérica, entre los pensadores del llamado giro decolonial o pensamiento decolonial, movimiento que comienza a formarse en Caracas, Venezuela, en 1998. Allí figuran los argentinos Walter Mignolo (El lado oscuro del Renacimiento) y Enrique Dussel (1492: El encubrimiento del Otro), el peruano Aníbal Quijano (Dominación y cultura. Lo cholo y el conflicto cultural en el Perú.), el colombiano Santiago Castro Gómez (La hybris del punto cero), el venezolano Edgardo Lander (La colonialidad del saber: Eurocentrismo y ciencias sociales), y el sociólogo estadounidense Emmanuel Wallerstein (El capitalismo histórico), entre otros.

 La decolonialidad es un proyecto político y epistémico, pues asume que nuestro complejo de inferioridad frente a la cultura de Europa debe y puede ser superado y tomar conciencia de que no somos parientes pobres de la cultura occidental. Ya lo decía visionariamente Simón Rodríguez, el “Sócrates de Caracas”, en el siglo XIX: “La sabiduría de la Europa y la prosperidad de los Estados Unidos son dos enemigos de la libertad de pensar en la América.” En esta América de habla luso-castellana hemos tenido escritores y pensadores muy profundos y originales que debemos reconocer y darles su merecida importancia. Pensemos en la poetisa sor Juana Inés de la Cruz como iniciadora del feminismo y su extraordinario poema Primero sueño, en el caraqueño Andrés Bello como precursor de la semiótica que luego desarrollaría Saussure, en José Carlos Mariátegui, el “Gramsci peruano”, en el mexicano José Vasconcelos y su sorprendente Raza cósmica, en el muralismo mexicano de Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, en la más actual y original filosofía de América: la Teología de la Liberación de Gustavo Gutiérrez Merino, Ernesto Cardenal, Ignacio Ellacuría y Leonardo Boff, en el argentino Mario Bunge y su renovada epistemología de las ciencias. Debemos colmar una grave laguna de la erudición contemporánea, que casi no sospecha los ricos aportes filosóficos de Iberoamérica, afirma el renombrado filósofo francés Alan Guy.

Resulta poco menos que lamentable que el espíritu enciclopédico de Jack Goody, que tuvo una intensa relación con los marxistas británicos Eric Hobsbawm y Edward P. Thompson y la Revista Past and Present, así como con Fernand Braudel, director de la Escuela Anales francesa, conocedor de muchas culturas euroasiáticas y africanas (hizo prolongado trabajo de campo en Ghana, África occidental) no haya tomado en cuenta como debería a Latinoamérica, su originalidad multiétnica, su inmensa geografía, su economía, su riquísimo folklore, su ya global literatura, sus artes tan específicas y sus desconcertantes vicisitudes políticas y sociales. Es una laguna a llenar a la brevedad y a la cual estamos convocados desde ahora. 

El Sutra de Diamante, primer libro impreso

Dicho esto, examinemos lo relativo al primer libro impreso en el mundo y que Jack Goody solo menciona de pasada. Fue el investigador, arqueólogo y sinólogo húngaro-británico, Aurel Stein (1862-1943), quien descubre en 1907 en unas cuevas de Dunhuang, al norte de China, en el desierto de Gobi, el libro impreso más antiguo del que tengamos noticia: El Sutra del diamante, texto budista escrito originalmente en una lengua sagrada indú, el sanscrito y en caligrafía Gupta, que hasta tiene fecha de impresión: 11 de mayo de 868 después de Cristo, noveno año de la era Xiantong de la dinastía Tang. Lo que quiere decir que El Sutra fue impreso casi 600 años antes que la Biblia de Gutenberg, es decir que tiene El Sutra 1.153 años de haber sido impreso.

En este maravilloso libro se enseña la práctica del desapego o la abstención del apego mental y de la no-permanencia. El Sutra ha dado comienzo a una cultura artística, una veneración y una gran cantidad de comentarios, unos 800 en el extremo Oriente: Japón, Corea, Tíbet, China, Viet Nam, Mongolia. Un sutra es un texto que recoge las palabras de Buda, nacido en el siglo VI antes de Cristo al norte de la India. Sus discípulos aprendían de memoria estos discursos y los transmitían de generación en generación. Al final de El sutra del diamante, Subhuti, un discípulo de Buda, le pregunta a “el iluminado” cómo debería titularse el sermón, a lo que Buda le responde que deberá ser conocido como «El Diamante Cortador de Sabiduría Trascendental» porque «la enseñanza es fuerte y afilada como un diamante que corta a través de los malos enjuiciamientos y la ilusión». El humanismo del siglo XXI sería impensable sin las enseñanzas del iluminado Siddhartha Guatana, pues hogaño ellas han sido adoptadas por la juventud de las grandes urbes europeas y norteamericanas. 

Este precioso documento descubierto por Stein entre unos 40.000 libros y manuscritos de seda y papel, mide cinco metros de largo y se conservó casi intacto debido al clima seco de Dunhuang, ciudad que está situada en la antigua Ruta de la Seda, muy cercana a la actual Republica de Mongolia. La Biblioteca Británica conserva la copia y en internet podemos consultarla. Es tiempo que el Reino Unido devuelva tan precioso impreso a sus legítimos dueños que no son otros que los habitantes de la República Popular China.

 El Sutra del Diamante, es el impreso más antiguo del que hay noticia y puede que haya otros más arcaicos, fue realizado con un sistema de placas de madera. Para ser exactos, no es el primer ejemplo de impresión por ese método que se conserva, pero sí el que lleva fecha concreta especificada: 11 de mayo del 868 después de Cristo. Es un manuscrito en forma de rollo de algo más de cuatro metros de longitud que también se adelantó en otra cosa, el ser un trabajo de creación concebido para el gran público, proceso cultural que creíamos sólo europeo, tal como indica su colofón o nota final:

“Hecho de forma gratuita para la distribución universal gratuita por Wang Jie en nombre de sus dos padres el 13 de la cuarta luna del noveno año del Xiantong.”

Erróneamente se ha pensado entonces que esa explosión del conocimiento y el incremento generalizado de la lectura que hizo posible que la ciencia triunfara como modelo de conocimiento en el siglo XVII, que se produjo tras la invención de la imprenta, fue un proceso que solamente se produjo en Europa, tal como escribe el historiador británico Peter Burke en su magistral Historia social del conocimiento. De Gutenberg a Diderot. O también Historia de la lectura en el mundo occidental, obra coordinada por Roger Chartier y Guiglelmo Cavallo. Fue la milenaria cultura china quien abrió el camino.

Ciencia y civilización en China

Lo del libro El Sutra es apenas uno de los múltiples robos históricos que Occidente ha hecho del Oriente y de China, dice Goody. Para justificar el colonialismo y la supremacía europea se montó todo un discurso antichino. En el siglo XVIII, Europa había experimentado la influencia del arte y la decoración chinos, pero el historiador alemán Winckelmann declaró que la tradición artística griega era la única que contenía el verdadero ideal de belleza, frente al arte chino, muy inferior y estancado. El lingüista Humboldt consideraba inferior el idioma, el poeta Shelley que sus instituciones estaban anquilosadas y deterioradas, Herder se burló del carácter nacional, De Quincey afirmó. que los chinos eran antediluvianos, y, para Hegel, China representaba el nivel inferior del desarrollo histórico del mundo (y por ello era un despotismo teocrático.). Augusto Comte, Alexis de Tocqueville y Mili consideraron a China inferior, bárbara o apalancada. La sinofobia adoptó. matices racistas en las obras de Arthur Gobineau, padre del racismo moderno, y de otros europeos, y el antropólogo y filósofo Lucien Lévy-Bruhl calificó la mentalidad china de osificada. Pero hubo, es justo reconocer, pensadores europeos que no compartían tales argumentaciones desorientadas, tales como Vico, Rousseau, Hume y el doctor Samuel Johnson, y es digno destacar que los misioneros jesuitas hablaron en términos muy favorables de muchas de las instituciones, ideologías y actitudes de ese inmenso país.

El descubrimiento de la civilización china, escribe el mexicano Octavio Paz, enfrentaba a los misioneros de la Compañía de Jesús a otro enigma: una sociedad en que muchos aspectos era superior a la cristiana y que, no obstante, estaba gobernada por una burocracia de intelectuales ateos, los mandarines. Impresionó particularmente a los jesuitas el carácter a un tiempo jerárquico y pacífico del Imperio chino; vieron en esa sociedad, a pesar de su vastedad y de la complejidad de sus instituciones, un ejemplo de armonía social fundado no tanto en la fuerza de la autoridad como una sabia organización política y moral. La ética confuciana era una cadena de lealtades y obligaciones mutuas que iban del superior al inferior. El culto a los antepasados, al jefe de familia y al emperador era la triple manifestación de un mismo principio y ese principio no era otro que el de la religión natural. Los jesuitas creían posible encontrar un punto de unión entre el cristianismo y el confucianismo. Los libros de Confucio y otros libros clásicos de los chinos eran compatibles con la ética cristiana, el monoteísmo y la religión natural. El vertiginoso crecimiento del cristianismo en la “atea” China de hogaño, ha propiciado pronosticar al Informe Pew, que en menos de un siglo este inmenso país será la más grande nación cristiana del orbe. 

 Recordemos, dice el británico Joseph Needham en Ciencia y civilización en China (1954-2008), un libro altamente apreciado en la China de hoy, que la brújula de magnetita es invento chino trasmitido a Occidente, así como el papel, la imprenta de bloques, de tipos móviles metálicos, y la pólvora para uso militar. Como si fuera poco debemos agregar la porcelana, el timón de popa, el hierro fundido, el arnés para animales de tiro, el telar horizontal de lazos, el molino de muelas, el ventilador de aspas, la noria de paletas cuadradas, la maquinaria para el trabajo de la seda, la carretilla, la ballesta de repetición, la cometa (papagayo), el sondeo profundo, el fuelle de pistón, la carretilla, el molino rodante, el trompo volador, la suspensión de cardán, los puentes de arcos segmentados, los puentes colgantes con cadenas de hierro, las esclusas, el carretón de velas, el zeotropo, el trompo volador, el puente de arcos segmentados, los globos de aire caliente, las tejas, los principios de construcción naval, el reloj mecánico que, según Lewis Mumford, llega a Occidente a través de los árabes y es el artefacto de medición que entre los monjes benedictinos de la Edad Media es el responsable de la fundación del capitalismo.

Pero ni siquiera la universidad, institución céntrica de la modernidad en Occidente, es una creación exclusiva de Europa. Mark Elvin comenta el error de muchos historiadores que consideran la presencia de la universidad en el siglo XII como la variable mágica que explica los orígenes de la ciencia moderna. Y encuentra analogías con las universidades de China (y las hay también con las madrasas en el islam), la más famosa de las cuales fue la Gran Escuela, dependiente del Gobierno durante la dinastía Sung (960-1279). En ella se enseñaban matemáticas y medicina y había exámenes. Aparte, las academias, mucho más extendidas que en Europa, ofrecían enseñanza, campo para los debates e instrucción. Needham se atreve afirmar que la revolución industrial pudo haberse realizado en China antes que en Europa del siglo XVIII, puesto que la ciencia china fue igual, cuando no superior a la occidental hasta el siglo XVI. Con esta controversial afirmación se ha creado desde entonces el llamado “problema Needham” o también llamado “puzzle Needman”, que analizaremos en otra ocasión.

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Filosofía y ciencia en el Islam

Otros portentos de la técnica y de la ciencia vienen de Oriente y sin los cuales Europa no habría logrado su prodigioso avance y que le hizo tomar delantera desde el siglo XVIII y que han sido sistemáticamente silenciados: el cero como noción aritmética indú y popularizado por Fibonacci en Europa, los números arábigos que remplazan a los casi inútiles números romanos, el álgebra de Al Juarismi, Omar Khayyam corrigió la geometría de Euclides, el astrolabio planisférico que hizo posibles los viajes colombinos, el aparato volador y el paracaídas de Ibn Firnas (siglo IX d.C.), el alambique, el acero de Damasco, el juego del ajedrez, la óptica y la ley de la inercia de Alhacen, y la alquimia de Al Razi, el ácido nítrico y ácido sulfúrico, el cloruro de mercurio, el nitrato de plata, el azafrán,  el cañón de la civilización árabe, la cirugía como ciencia autónoma, en oftalmología se operaban las cataratas, Avenzoar realiza las primeras autopsias, la física del movimiento, una primitiva versión de la ley de la conservación de la masa,  una forma cruda de método experimental. La Escuela de Traductores de Toledo, España, que vertió al árabe los textos clásicos greco-romanos de Aristóteles y el Pachatandra indú, y que de allí se conocen en Europa medieval e inspiraron a Dante y Santo Tomás de Aquino, el enciclopedista Al Biruni, Averroes, Avicena y Maimónides, quienes bajo una atmósfera heterodoxa del “libre albedrío” hicieron aportes fundamentales a la cultura universal.

Para finalizar este aplastante alegato expositivo a favor de la prodigiosa cultura oriental, de la milenaria China y su portentosa civilización, que hogaño puntea y que pronto será la primera potencia económica del orbe, citemos un dato que nos hará reflexionar hondamente y que nos lo proporciona el sabio polimata y antropólogo británico Jack Goody: 

“…los chinos utilizaron el papel higiénico mil años antes que en Europa.”

Luis Eduardo Cortés Riera

[email protected]

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