#OPINIÓN Del 21N en adelante #11Dic

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Así como viene, no puede seguir la cosa. Todo país necesita de buena política y en el nuestro, la política necesita con urgencia reencontrarse con esencia de servicio, con su capacidad de generación de ideas de futuro. Millones de venezolanos se han ido a buscar su futuro en otra parte y otros muy numerosos no votaron o lo hicieron con desgano, porque no ven que la política signifique algo para su mañana.

El resultado de las elecciones regionales y locales del 21 de noviembre no sorprende, bien ha anotado Ugalde. Tampoco es motivo para la depresión o el desaliento ni para agravar la soberbia, no en vano uno de los siete pecados capitales. Ese resultado no se hizo ese día, se fue fraguando desde mucho antes principalmente con acciones y omisiones de los actores políticos en un contexto de crisis nacional.

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El régimen de Nicolás Maduro maniobró con éxito en el objetivo de sobrevivir, su principalísimo y casi único cometido. La autodenominada revolución se conforma con sobrevivir y esa es también su promesa de futuro para los venezolanos a quienes ha reducido las expectativas, la supervivencia. Para lograrlo dividió a la oposición, desmoralizó a un amplio porcentaje de la ciudadanía que quiere cambio y devaluó el voto desanimando a los votantes, al transmitirles desconfianza en el sistema y sensación de inutilidad del votar. En adición a lo cual, contó con la pérdida de credibilidad del liderazgo opositor, parcialmente obra suya y también de sus adversarios, quienes así mismo contribuyeron, involuntaria o voluntariamente porque de todo hay, a la división arriba y la desmoralización abajo antes mencionadas.

En la dirigencia opositora encontramos fragmentación, mensaje difuso e insuficiente conexión con la población. Si en la raíz de las tres carencias encontramos la ausencia de objetivos compartidos y claros, nada tiene de raro que el ciudadano los perciba confundidos y acabe confundiéndose sin saber qué hacer.

En ese cuadro el resultado electoral, sin embargo no es tan positivo para el poder que jugaba con todas las ventajas, ni enteramente negativo para los sectores alternativos. Todo depende de lo que sean capaces de leer, aprender y hacer de aquí en adelante. El apremio mayor es, naturalmente, para la oposición.

Ya lo han dicho analistas muy respetados del país. El panorama opositor debe recomponerse. Como es lógico, esa es mi primera preocupación en lo político. Un nuevo compromiso unitario es imprescindible.

Las elecciones nos mostraron un problema que no es electoral, sino político. Un país abrumado por una crisis larga y profunda que urge solución y que no ve la conducción que lo guíe a salir del laberinto.

El mapa de las gobernaciones de estado es verdad pero no es toda la verdad. Dicho esto sin contar los casos de Apure, en cuya línea fronteriza la propia existencia del poder público venezolano está en entredicho y Barinas, “despachado” a lo Jalisco poniendo en riesgo la respetabilidad que aquí y afuera con esfuerzo el sistema busca recobrar.

Si se mira más adentro, en los municipios, la diversidad refleja mejor el país real y llama la atención no solo que en gobierno haya perdido un centenar de alcaldías, sino dónde ocurrió tan dramático retroceso. En las ciudades, bastiones opositores desde hace rato, la abstención golpeó duro. Fueron pocas las grandes ciudades ganadas por opositores. Y en tradicionales bastiones cuyos alcaldes lograron revalidar sus mandatos, la asistencia de votantes bajó a niveles que no puede ser vista con indiferencia.

Dos municipios amazonenses, uno anzoatiguense, tres aragüeños, dos apureños, siete barineses, uno guayanés, uno carabobeño, seis cojedeños, diez falconianos, siete guariqueños, dos larenses, trece merideños, uno mirandino, cuatro monaguenses, cinco neoespartanos, siete portugueseños, dieciséis tachirenses, ocho trujillanos, catorce zulianos donde gobernaba el PSUV, cambiaron de manos. Si eso no es indicativo de un piso que se erosiona, de que el socialismo rentista no flota sin dinerales disponibles ¿Qué quiere decir?

El problema no es electoral, es político. Para el poder, ver cómo redefine su relación con el país en términos democráticamente aceptables e internacionalmente presentables. Para la oposición, atinar con una estrategia que por realista no deje de ser ambiciosa, si es que quiere competir por el poder y no conformarse con un papel de reparto en guión ajeno.

Y aquí me refiero a todas las oposiciones. Todas las que realmente lo son. Hayan ido en la tarjeta de la manito, por la que voté, o en otras.

La mayoría en Venezuela, organizada o no, está legítimamente interesada en un cambio democrático. La razón es sencilla: le conviene. Ahora bien, no todos los interesados en el cambio hacia la democracia son políticos, ni todos los políticos parecen interesados en esa transformación que para el país es imperativa.

A juzgar por sus actos, en el grupo en el poder predomina la preservación del status quo, pero me niego a creer que sea unánime allí la supersticiosa convicción de que éste puede mantenerse indefinidamente. En el dividido campo opositor, más de un “opositor” formal y algún verdadero preferirá, acaso disimuladamente, que la cosa siga más o menos como está.

Pero naturalmente, aquí tienen interés legítimo primario en un cambio democrático la oposición política que necesita recuperar la conducción como se le reclama; la sociedad civil organizada, cuyo papel requiere de una política abierta que reconozca el pluralismo y un poder receptivo y cercano; empresarios y trabajadores ávidos de espacios para sobrevivir y desarrollarse.

¿Qué tienen en común? Que necesitan espacios democráticos, no porque con la democracia se acaban sus problemas, sino porque ella ofrece un ecosistema propicio para afrontarlos y resolverlos.

Articular esa confluencia plural, con un relacionamiento abierto, libre y unos propósitos comunes a los cuales avanzar gradualmente: apertura, alternancia, reglas claras que se respeten, es el gran desafío.

Ramón Guillermo Aveledo

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