Las mentiras más crueles se dicen a menudo en silencio
Robert Louis Stevenson
En ninguna caso la infidelidad es más innoble y repugnante que en el amor
Soren Kierkegaard
Custodio oyó maullar a un gato malparido o una gata en celo, como si la vida se les fuera en ello. La noche fue amplia y el ensueño breve. La realidad en casa no se distinguía de la ruta donde faltaba todo. El reloj biológico lo despertó del desvelo. Noches en vela se acopiaban como deudas. Y los créditos de alma, no tenían el espíritu, cómo ir a abonarles. A su lado roncaba la negra, su señora, como si la existencia se hubiera escapado con otro, años antes. Noches y días pasaban sin prisa pero sin pausa, y las cosas no podían ser más inauditas. En la zona le llamaban, el Ángel Custodio, más por buena gente, o sea bolsa, que por flecha negra en un cuarto oscuro. Su nombre y apodo se debía al Gral. Custodio García Rovira, presidente Colombiano en 1816 quien murió fusilado por españoles y le llamaban el Ángel Custodio. Abuelo del benemérito, éste nieto dilecto, desarrolló la mulera e imitó lo putañero del abuelo. Pero Custodio era el tipo, decían en broma, más asaltado del país, pero también el sujeto más apreciado de su zona, todo señalaba la contradicción del ángel.
Quien lo conocía mejor, era su señora. Que lo amaba mucho, y acabó por odiarlo, a punta de indiferencia. Sordos de tanto hablar en silencio, el silencio terminó por callarlos y las épocas por demolerlos. Custodio sabía que llegar a viejo no era un crimen pero vivir en su país, como que sí. Un reo atrapado en su habitación y en su nadería. Poco de eso lo hizo sentirse fuera de centro, hasta que se enteró de los lances lascivos de la negra.
Nadie sabía que su sueño entre los sudarios de un casamiento fallido, era ser artista. Lo malo fue que tenía el oído musical de un becerro falseado. Soñaba además en haber sido otro Gene Kelly, pero igual tenía dos zapatos zurdos, emancipados y sin compás. Ni así, sus sueños juveniles dieron mate al querido ángel, que descubrió que la vida es para vivirla, no para ser exitoso necesariamente.
Todos los días se acercaba al bar de la esquina y se ponía con ojos sordos y oídos ciegos a reunir las noticias. Escuchó que un tronco humano sin miembros fue hallado en la maleza adyacente en un saco de harina. Algún burlón cruel, dijo conocer al tronco de hijo de p…que ha debido ser, esa inexpresiva espalda mutilada. Oyó un poco más allá, como si hablaran en la campana de silencio del superagente86, que una mujer que vive con un ángel duerme con Satanás y éste la condena con su trinchete de fuego y los ardores seductores.
Custodio paró las orejas como si fuera el rey de un país de sordos y sacó cuentas. La rabia fue inmensa de solo imaginar la negra saltando en otro tronco de madero, que casi se infarta en el acto. Un amigo lo miró ponerse pálido y después rojo rojito, como un Dios-Dado sin Cabello cualquiera. El ángel era pelón pero el calor se alzó a la calva y quemó los folículos sanos todavía que se contaban con los dedos de una sola mano. Por un instante no supo que hacer, decir, ni pensar. Una nube de confusión arropó su indignación y destapó el Kraken. Cuarenta años sin notar otras culatas, y la muy zorrita se va a disfrutar las pascuas, subiendo el palo encebado, en la feria del vecino. Eso sí que no.
Pensó aprender herrería para hacerse un arma filosa y metálica. Investigó a vuelo de buen cubero y descubrió cosas que jamás hubiera imaginado. La primera que apareció fue la espada de G. Washington, la Colichemarde, que le sonó como a la Coñitaemadre de su mujer. Después leyó sobre la espada Xifos, el Cuchillo Cobra, y la jabalina de Kunta Kimte, de la novela clásica Raíces. La historia del filo de navaja era por donde se balanceaba el ángel pensando desmontar el tronco del sinuoso y descuadernar a la revoltosa ingrata. Sabía que al emprender la empresa justiciera tenía que cavar dos tumbas, uno era la de él. Aun así se atrevió a forjar la espada griega Xifos y el cuchillo Cobra, por si hay que salir de maluco.
Custodio no estaba dispuesto a la deshonra y al deshonor. Pendejo podría serlo, pero cornudo de ningún modo. Los hilos del pensamiento recomenzaron a cortar a pedazos el cuerpo calcinado y desnudo de la ingratitud. Mientras tanto, nunca estuvo mejor dicho, hablando de la mansedumbre de Custodio, líbrame del agua mansa, que de la brava me libro yo. Lucifer era de pronto su nuevo nombre filoso, cortante, que se puso en silencio en calidad de ángel caído en desgracia.
Marcantonio Faillace Carreño