En las contiendas políticas y militares suele triunfar quien comete la menor cantidad de errores y supera los catastróficos. Durante el largo proceso venezolano de los dos lados del espectro político se han cometido múltiples errores, algunos desastrosos, como los de ambas partes en abril de 2002.
Los errores políticos se relacionan siempre al objetivo central; y los resultados se miden en distintos plazos: corto, medio y largo. Adolfo Hitler, por ejemplo, logró una impresionante cantidad de victorias iniciales, pero su tan cacareado “imperio de los 1000 años” duró apenas doce.
En Venezuela, los objetivos de la dictadura y de la oposición son totalmente opuestos: de un lado, se intenta consolidar un depredador fascismo tropical; y del otro, instaurar una democracia liberal.
La satrapía se ha logrado sostener más allá de lo que lógicamente se hubiese podido suponer a su comienzo. Y la oposición aún no consigue establecer un sistema democrático, transparente y con espíritu de justicia – y mucho menos restablecer condiciones preexistentes.
Sin embargo, se trata de un fracasado proyecto contra natura que nunca ha tenido futuro, y que apenas ha subsistido por haber dispuesto de enormes recursos materiales, por su irresponsable barbarie al destruir todo con tal de sostenerse, y por errores cometidos por sus oponentes. Pero nunca ha obtenido otro logro que sobrevivir precariamente con creciente rechazo de la comunidad internacional, y la tenaz oposición de la gran masa de venezolanos que sin pausa se ha resistido a perder su libertad, civilización y perspectivas de progreso.
Lógicamente, quienes sufren en carne propia los horrores, abusos y atrocidades de esta situación todo se hace una eternidad, pero la evolución de las sociedades y países debe analizarse con una amplia perspectiva y a un plazo más largo es fundamental la persistencia de las fuerzas vivas de la sociedad hasta lograr su objetivo primordial – en este caso el restablecimiento de las libertades y de las oportunidades de futuro para las grandes mayorías.
Ante cada atrocidad de la dictadura, cada aparente tropiezo y cada desilusión se deben derivar aprendizajes y ventajas que llevarán a la meta principal de poner fin a la tiranía y volver a las prácticas democráticas civilizadas que la sociedad venezolana sueña en su gran mayoría. No existe un solo sendero mágico hacia el éxito, pero si resaltamos lo positivo de cada paso, se hará camino al andar. Sin la reciente votación el mundo no hubiese constatado el impresentable horror y error de Barinas. Eso, solo, valió la pena.
Antonio A. Herrera-Vaillant