#OPINIÓN Las compañeras de Juan Pescao (Parte I) #1Nov

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La comitiva, la faena y el tiburón

«Todos alguna vez fuimos amores pasajeros de trenes que no iban a ningún lado»

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Joaquín Sabina

  • La comitiva

Juan Pescao jamás se echó al agua, nunca se casó. Le temía mucho más a sus concubinas que al mismísimo océano. En eso es igual a todos los hombres. Sin embargo era un tipo resteado, bien dispuesto a lo que le toque, siempre y cuando sea a costa de evitar a las madres de su jauría familiar. Hoy en día, dicen las lenguas largas, que los hijos e hijas, sobre todo éstas últimas, son bestias de cuidado. 

Esa tesis sobre sus hombros no recaía en su trato con las damas en cuestión, sino en su eficiente cañafístula de pescar, esa herramienta, que lejos de darle bendiciones redobló sus penas, mismas del hombre del mar. A ningún ser humano, más o menos cuerdo, se le ocurriría pensar que su vida mejoraría con 25 hijos. JP, no era la excepción de esa regla. Ya las chismosas del pueblo lo daban como una rareza y no por su capacidad reproductiva sino por su supina imbecilidad de creer que pisar gallinas no traería consecuencias.

No sólo se rumoreaba en Macho Muerto de la eficiencia de aquella herramienta fiel, sino de las corridas medio locas de sus concubinas. A mucha gente de por allí no le extrañaba los intrigantes motes que le mandaban a las mozas de vientres dispuestos y fósforo en la sangre lúbrica. Entre los remoquetes más conocidos, sólo se usará las cinco cabezas de serie, como él les decía. No había un orden jerárquico en esas cinco cortesanas líderes de grupo. Todo en ellas era al azar. 

La más notoria de todas ellas era Marina del Mar, llamada así porque cada vez que JP pasaba de una liga a otra, la marinera de mar le daba al cachondo vecino, su concha húmeda de Venus de Milo. Eso sí, era muy discreta en la trama pero nada justificaba lo zorra. JP se hacía el musiú pues más que él, ninguna de las odaliscas lo aventajaba, pero si se hace justicia, iban nariz a nariz. Habría que sumar que todas tenían solo un semental al que parían, y ese no era otro que el hombre de la caña de pesca nada muerta de Macho Muerto, que más bien era un macho medio muerto de tanto pagar manutención y de tener a gusto a las pensionistas fogosas (por la sopa de fosforera y la 7 potencias que llevan en los fondillos) de sus coimas con las pasiones furiosas de un hámster.

Además de la mujer Alpha, están la alta, la enana, la gorda, y la flaca para complementar el grupo de líderes del semental. Luego de Marina, la coima Alpha, le tocaba a la alta Olivia, no por Olivia Newton John, más por la novia de Popeye el marino, Olivia Oil, sobre todo por lo resbalosa y por lo olorosa a aceite de pescado Omega 3. No menos asomada que Marina, que es más salida que un balcón y metiche como paparazzi, está la peligrosa Olguita, la flaca a la que conocen como la cangreja porque atenaza machos y los dejaba secos como palos de orquídeas, e igual por sus piernitas finitas como ancas de rana o patitas de Tigüi Tigüe. En cuarta posición pero no por eso menos mosquita muerta, estaba la gordita Chica que se tragaba a gusto todo lo que le pasaba por el pico de una garza con voracidad. Y cerrando el pentágono de ninfas, la enana Pequi que era la más seria de todas y la más intelectual, pero las abuelas sentenciaban que con la cara seria, la nalga es rochelera.

Para JP, sus compa-ñeras estaban en la frontera entre ángeles y demonias. En ese pueblo chico, como un inferno grande, convivían en franca libertad, a razón de cinco hijos por cada una de las oficiales. Como raro carácter llevaban una sociabilidad sellada y empática entre sí. Al fin que todos los hijos e hijas de JP, eran medio hermanos, y aunque sólo heredarían inopia e ignorancia, aquél nudo gordiano para la heredad, no lo cortaba sino el hombre de la caña amarga-da. Como era de esperarse, en la isla, los nombres compuestos están a la orden del momento, Yuribel, Yonelys, Lucimar, Maibol, solo por mencionar los más raros nombres mixtos que alguno se pueda imaginar, en la progenie ñera de J.P.

Existe un relato insólito de estas 5 mujeres en los corredores del pueblo que se cuenta en las tardes de merienda y guarapo, cuando el astro rey repite sobre las arenas ardientes del tiempo y la brisa leve desordena con gracia las palmeras a lo largo de la playa y en fila india. Se dice que la enana Pequi curiosa al fin, sabía de navegar pues había tomado clases de pesca artesanal costanera y carpintería de ribera en las aulas arrasadas del Instituto Nacional de Capacitación Educativa INCE. Luego se propuso organizar la faena con sus otras compañeras de partos múltiplos de cinco. Olivia, Olga, y Chica, fungirían de marineras y Marina del Mar, de primer oficial. Usarían el 3 puños, como navío, que era el peñero de JP. Pequi diseñó todo la logística de la salida de pesca. Artes de pesca, rezón, GPS-radio para emergencia y por la ubicación geográfica. Chaleco salvavidas naranja. Trajes de neopreno impermeables e incluía, por si acaso, un arpón Nemrod a la hora de la amnea para pesca a pulmón, en el bajo de las Caracas o en Bahía Mochima, si tuvieran chance. El material especial fue prestado por un fanático de Marina que le mantenía un fervor religioso por las buenas formas del pecho de la bella 1er oficial. El mecenas aseguraba que de solo verle el pecho le entraba un acceso de tos y se atragantaba de flema. La primera oficial reunió al equipo que debía encontrarse en el conocido puerto de El Tirano Aguirre, nombre que mencionaba al primer gobernador de la isla de Margarita, a eso de las 6 a.m., a fin de ultimar detalles y revisar los preparativos de la empresa pesquera.

La memoria comenzó a jugarse con cada una de las mari-ñeras con vaivén de marea cuál si fueran las olas. Olga recordó a un primito que se ahogó en un naufragio vía Trinidad-Tobago, con solo ocho añitos. Olivia abrazó la memoria de papaíto, un pescador que desapareció sin dejar rastro en un suceso extraño del tipo triángulo de las Bermudas, frente al arrecife de la Orchila. La llamada isla presidencial, donde se imaginaron los bonches que mantuvieron los presidentes venezolanos desde la cuarta hasta la quinta república. Mientras tanto a Marina le vino un presentimiento negro que no había tenido nunca poniéndole la carne de gallina, cosa que luego se corroboraría; al mismo tiempo la gorda Chica parecía mantenerse relax y abstraída, como pensando en comer chocolate Premium de Cacao porcelana, endémico de este paraje de suelos con magias caribes en sus entrañas.

  • La faena

El zarpe estaba pautado para las 7 en punto. La puntualidad en el mar no es cosa de tomar al boleo. Es un asunto delicado, es como la línea capital o el filo de navaja donde el pescador equilibra el balanceo del mar al mismo instante que arriesga el pellejo con la infinidad de cosas que pueden salir mal, en pleno mar abierto. 

En la mente de ellas seguía rondando el proceso comicial que tenía a todo el pueblo, incluyendo JP, pata pa´arriba. Con todo ese asunto en cuestión, no se halló forma y el gasoil se disparó. Los contendientes, 70 mil candidatos para 3.500 puestos elegibles, como políticos, al fin mostraron, amén de sus discursos vacíos, de qué estaban hechos. Las arengas exponían de lo que no eran capaces; y así la cuenta se sacaba al revés, primero sumabas lo que no cumplen y lo restabas a lo que sí y el resultado, en el contable, quedaba en rojo rojito.

Pequi se posó en la proa del peñero siglas ARSH-PerlaÑera a ejercer el rito que usaba con seriedad para casi todo, con la postura de loto y manos juntas. La idea era concentrar la eficiencia en la campaña por venir. Luego de cinco minutos se incorporó a la revisión de los aperos. Las marineras hacían lo suyo. El día soleado prometía un cielo cero octavos. Las palmeras, y las olas, parecían ejecutar una sinfonía de aire. El mar picado hacía su truco de marea invisible. El salitre, el sol y los calorones feroces, las van desgastando. 

Con el sol picante y el buen pronóstico, las nasas, los chinchorros, el palangre y las artes de pesca reposaban como cuerpos sin vida ni cruz santificada. Otros tres puños zarpaban juntas a la mar serena hasta las aguas picadas del caribe donde todos van encomendados a la Virgen del Valle. El tres puños de siglas ARSH-La-Perla-Ñera, navegaba con los alisios soplando desde popa a proa a tres nudos de marcha náutica estándar. El GPS y la radio hacían ese sonido chambón de hojas secas crepitando y las pescadoras ñeras llevaban el aire puesto hasta el yodo curador del alma y el viento de la expectativa sin afán. Esperaron con esa paciencia que si acaso experimenta el pescador ducho en la rutina y nada es tan importante para la empresa pesquera que tener intuición y bastante paciencia cuando se escrutan bancos de peces que el dios Poseidón, bien admita a nuestros tridentes pesqueros poder capturar una cantidad generosa de criaturas marinas.

Gaviotas y Tijeretas afilaban la malla del azul edén. Y con el sol en el cenit y el sudor pegajoso raspando la piel seca por el salitre, espiaban las mari-ñeras a un costado de la barca, a fin de precisar el espécimen y mirar cómo hacerle al arte pesquero que obedece al tipo de género a captar. Olivia avistó un grupo de delfines nariz de botella siguiendo la ola que dejaba la embarcación en medio de la resaca picada. También creyó ver un banco de atunes aleta amarilla pelágicos que mostraban las dorsales como periscopios de submarinos. Olga, con larga vista moderno avistó, con gozo de bióloga marina las orcas, que iban como atuendos de monjas en blanco y negro por esos océanos ignotos de Poseidón, sin fronteras que las contengan, ni límites que las detengan.

  • El tiburón 

El peñero surcó la mar, dirigida por Pequi en popa y Marina en proa y Olga, Olivia y Chica ondeando a babor o estribor sus cabellos húmedos por agua salada, iban despreocupadas y agradecidas por la buena vida. Reían y bromeaban con las picardías propias de la mujer sin vergüenza y con mucho aceite de pescado en las ganas. La tarde era generosa y al poco tiempo encontraron un bajío donde empezar a pescar langosta con nasas, y arponear en los corales a pulmón, meros, pargos, catalanas, pulpo que nadaban a pocos metros de profundidad. 

La más ducha en el agua era Olivia quien de carricita había ganado varias competencias de natación pre-infantil en la piscina de la capital margariteña, y sabía de buceo con equipo autónomo, sin ser ninguna investigadora submarina. Con el arpón Nemrod sin cargar, se lanzó al agua. El mar salpicaba por el borde del peñero y mojaba la careta con anti empañamiento. Con destreza se colocó el visor y despejó el agua que entraba a borbotones. El sol seguía ametrallando la espalda con la saña de un talibán. La corriente estaba fuerte y había que nadar contra su pujante insistencia. De pronto avistó un grupo de corales de fuego, con esas astas que parecían cuernos de reno canadiense de acento anaranjado, como si fuera una llamarada, de allí su nombre vulgar, coral de fuego

Se sumergió unos tres metros y arponeó un par de catalufas distraídas que sirvieron de entusiasmo para seguir en eso. Pasó a la baliza el par de ejemplares que sangraban por sus cuerpos arponeados. La sangre se disolvía en el líquido azul y la corriente lanzaba sus moléculas a las ampollas de Lorenzini de los escuálidos a dos kilómetros alrededor de su posición. Para los que no lo saben, estas ampollas son parabólicas de moléculas de sangre para los depredadores Alpha del mar, es decir, los escualos como máximos exponentes en la cúspide de la cadena trófica marina son los aseadores más prolíficos del mar. Se comen lo que pueden, incluso metales, baterías, relojes y pare usted de contar.

Por supuesto que Olivia, ignorante de ser rodeada por tiburones que merodeaban la emanación de glóbulos rojos en la sopa marina, nadaba centrada en arponear peces, sin percatarse de sus presencias. Olga, quien temía un poco al agua, se unió con un cámara fotográfica. La tarde no podía ser más hermosa, ni la pesca tan prometedora. Las nasas empezaron a atraerlas y a las tres horas teníamos varios kilos de langosta capturada en las mallas de las nasas a fondo. Marina y Pequi devolvían al mar las langostas ovadas y las que tenían talla menor a la permitida, midiéndose desde el telson o cola, a las antenas o cabeza del caparazón, como claramente especifica las tallas en la normativa.

Con un sigilo propio de un cazador resabiado, los tiburones caribes se empezaron a reunir dando vueltas como perros en busca de un cuerpo herido y sangrante, o de una presa desprevenida atravesada en las vías. Olivia y Chica sin saber cómo, empezaron a notar que los peces huían despavoridos sin razón aparente. Chica retrataba un grupo de peces ángel y loros de colores fosforescentes y fue cuando a lo lejos observó una figura gris casi invisible que daba vuelta en círculos concéntricos. Al principio pensó que eran delfines porque a lo lejos se parecen pero pronto notó que la aleta dorsal no era horizontal sino vertical. El susto fue inmediato. Se congeló un segundo antes de voltear a ver a Olivia, que con los ojos pelados, ya estaba al tanto del paquete que acechaba. Ellas estaban en su patio de agua y habían invadido su mesa comedor. Y bien podrían convertirse en el plato principal.

Desde la embarcación las otras ñeras notaron la aleta de escualo salir a la vista sobre la superficie del agua. Era raro ver tiburones danzando por ahí. La timidez de ciertas especies parece no coincidir con este ser cartilaginoso y carnívoro. Otras aletas se unieron a la danza y estaban cortando el paso a las dos buceadoras que intentaban volver a salvo al bajel que flotaba anclado a un coral al fondo.    

Olivia, con el arpón cargado, se puso espalda con espalda con Chica quien usaba su cámara como último bastión de defensa. El miedo fue apoyo a la supervivencia. Dos de los tiburones empezaron a cerrar el cerco alrededor de ellas. Los ojos del escualo eran negros y como sin fondo. Un símbolo de su naturaleza depredadora. Las ampollas daban información sobre los peces en la baliza que a su vez estaba a metros de Olivia. Chica empezó a fotografiar todo el suceso. Las fotos salían de las dos manos temblorosas y captaban todo el terror de las presas y la determinación del hambriento comensal. Unas rayas oscuras en las escamas del animal determinaron la especie. De las 375 especies de tiburones conocidas solo diez atacan a las personas, y muchas veces, acaban comiendo gente. Este que tenían al frente era uno de los más peligrosos carnívoros del océano. Un tiburón tigre, o más bien varios, se mantenían dando círculos con malas intenciones. El miedo alcanzó niveles estratosféricos, pero las ñeras se mantuvieron unidas y atentas.

Casi sin ver cómo sucedió, los peces de la baliza fueron tragados por otras tintoreras. Eso hizo atrevidos a los tigres, quienes preparaban su ataque definitivo. Con todo en contra, las ñeras se fueron poco a poco acercando al peñero. De pronto se desató el pandemónium. El tigre mayor, el más grande de los merodeadores, mordió el arpón de Olivia y éste se disparó dándole en un orificio branquial. El escualo sangró y se fue al fondo retorciéndose. Los otros se abalanzaron sobre el herido y se lo almorzaron en tres mordiscos como si no fuera un hermano de raza. Las ñeras nadaron como locas hasta el borde del peñero y las de a bordo las subieron como si pescaran troleando. En el bote, las ñeras gritaban de alegría por la suerte que tuvieron. Con el susto en mente, izaron con cuidado las nasas de langostas y el ancla, y se fueron como alma que lleva el diablo del arrecife.

Aún quedaba unas horas antes de verse obligadas a devolverse y de la llegada del ocaso. Todo pescador artesanal sabe que la autonomía de la pesca costanera es de un solo día. Decidieron pararse en Cubagua e ir a pescar a sus alrededores con caña y palangre, ésta vez. Había sido suficiente la amnea con tiburones por un día más como regalo de vida. 

Pensaron en vender la carga al hotel Sunsol de la isla de Coche donde tenían crédito cuando quisieran, cubierto por el mecenas con tos. Así fue que la pesca, sobre todo las langostas, fueron vendidas con éxito a buen precio para ambas partes. Luego de tomar posesión en el cuarto y beber un hidratante en el bar del hotel, se acomodaron en unas sillas plegables al borde de la piscina a esperar la caída del sol, mientras las cinco mujeres, cada una por su lado, añoraban la gran caña ñera de JP. Acostadas en la habitación de hotel se decidió la expedición siguiente ésta vez al archipiélago de los Roques.

La razón de este itinerario obedecía a lo del período de veda de pesca de langostas en Venezuela que inicia el 1ºde febrero y acaba hasta el 30 de septiembre, y ya se estaba a mediados de octubre. La veda fue decretada según la resolución DM Nº-115 de fecha 21 de octubre del 2013, publicada en Gaceta Oficial 40.279 de fecha 24 de octubre del 2013. La misma busca proteger y conservar los crustáceos decápodos en aguas marinas venezolanas por lo que pescadores y embarcaciones deben abstenerse de capturar y comercializar esta especie durante el período establecido.

Bajo ese régimen de aprovechamiento especial se contemplaban tres especies de langostas. La espinosa o Panulirus argus que recuerda a Olivia, la enana o Panulirus guttatus, que recuerda a la cangreja Olga, y la verde o Panulirus laevicauda que recuerda a la gordita Chica, porque era la preferida para la gastronomía muy cotizada en hoteles y restaurantes nacionales e internacionales. Era importante recordar que para capturar langosta se necesita un permiso especial expedido por el MinPesca a través del ente adscrito, el Instituto Socialista de la Pesca y la Acuicultura o Insopesca.

Cansadas y aun nerviosas por salvar el pellejo por un pelo de guama, las ñeras durmieron como niñas en una nave de nubes mágicas, hasta la mañana siguiente en que enrumbarían desde la bitácora, la brújula norte franco rumbo al único parque nacional marino de Venezuela, El archipiélago de los Roques…

Marcantonio Faillace Carreño

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