La idea de progreso tomó carta de ciudadanía con los cambios que fueron ocurriendo a lo largo del renacimiento cuando comenzó a desarrollarse el conocimiento científico -convertido en una explicación alternativa enfrentada a los mitos religiosos- así como las tecnologías que llevaron a la primera revolución industrial y facilitaron producir en más cantidad, más rápido y más barato las cosas que necesita la gente. Al concepto científico y tecnológico se le agrega un tercer significado: el de democracia política que es asumida por la burguesía, en ese entonces clase ascendente, una fuerza social y política enfrentada al régimen feudal y clerical, usualmente absolutista, monárquico y políticamente muy conservador.
Pero la revolución industrial crea una nueva clase, la clase obrera, la cual, al tomar conciencia de su poder político intenta construir un proyecto de estado proletario, donde no existan burgueses. Así los proletarios comienzan a considerarse a si mismos como progresistas y a acusar a la burguesía de mentalidad atrasada por oponerse a la construcción del socialismo que llevaría a un estado superior, el comunismo, un objetivo que parecía inevitable a partir de la revolución rusa, en 1917, hasta que ocurrió el desplome de la Unión Soviética, en 1989. Desde entonces, el autodenominarse progresista hace referencia a una actitud menos radical pero igualmente abierta hacia el desarrollo social, de simpatía hacia los más pobres, a querer construir una sociedad más justa, e igualitaria, etc. y que en todo caso se sigue oponiendo a la visión burguesa que en muchos aspectos se limita a la aspiración de un constante aumento del bienestar material, de mayores niveles de consumo, visión que lleva a la sociedad de consumo pero también a la profundización de la crisis ecológica. Pero poco a poco comienza a ser evidente que la universalización de la sociedad de consumo es inviable simplemente porque no es posible darle a 6.500 millones de personas el mismo nivel de consumo que tienen las sociedades tecnológicamente más avanzadas o las clases pudientes en los países pobres.
Hoy ser progresista incluye necesariamente una visión ecológica del futuro, una utopía posible donde el hombre no viva intentando conquistar y dominar a la naturaleza sino tratando de vivir en paz con ella y, muy importante, consigo mismo y con sus congéneres. Esto es una filosofía de vida cuya generalización solo es posible combinando lo mejor del capitalismo y del socialismo y desechando o superando los graves defectos de cada uno: la rapacidad depredadora del capitalismo salvaje y la tendencia opresiva del socialismo en su versión marxista.
Aunque la limitación de espacio nos impide escribir en extenso acerca de algunos rasgos de esa sociedad futura, creo que una meta fundamental debe ser la reducción del crecimiento de la población para comenzar a estabilizarse y comenzar a decrecer, algo ya logrado en algunas partes del mundo desarrollado.
Hay que pasar de una cultura del desecho a una del reciclaje, la reparación y la conservación. La tecnología puede ayudarnos mucho: nuevos plásticos reciclables y biodegradables para sustituir metales cuya producción requiere de mucha energía; sustituir el automóvil por la bicicleta y los transportes públicos, disminuyendo así el consumo de energías fósiles y la producción de CO2; rediseñando las ciudades que se irán despoblando haciéndolas sustentables recuperando los espacios periféricos e internos para uso agrícola y de repoblamiento forestal y animal.
Ya abundan las tecnologías y las propuestas que nos pueden ayudar para este propósito. Lo que está atrasada es la voluntad política para implementarlas extensivamente, pero ellas se irán implementando. El nuevo progresismo, sin abandonar los viejos ideales de justicia e igualdad, está ahora incorporando los conceptos ecológicos a sus tesis politicas. La nueva frontera política ya no es la socialdemocracia, ya lograda en muchas partes, sino la sustentabilidad político-ecológica, como de hecho ya está también ocurriendo.
La crisis ecológica comenzó con la tala del primer árbol, la tala del último podría marcar su fin, pero ahora sabemos lo que se puede y no se puede hacer.