En 1950 fue declarado el Dogma de la Asunción, por el que sabemos que María está en cuerpo y alma gloriosa en el Cielo.
Sin embargo, no quedó definido si la Santísima Virgen murió o no.
Los católicos hemos quedado en libertad de creer una u otra cosa. Juan Pablo II pensaba que sí murió. Detalles sobre esto en www.homilia.org ¿Murió la Santísima Virgen María? www.homilia.org/virgen/
Durante la turbulencia de los años 60 un importante, pero equivocado teólogo, se atrevió a declarar que éste era un “dogma inútil”.
Sin embargo, lejos de ser inútil, la importancia de este dogma radica en la conexión que hay entre la Asunción de María y nuestra futura resurrección. ¡Nada menos! Porque el que María, ser humano como nosotros, se halle en cuerpo y alma, glorificada en el Cielo es algo crucial, ya que es el anuncio de nuestra propia resurrección.
Y ¿qué es un dogma? Es una cuestión que es verdad y que estamos obligados a creer. Veamos, entonces, en qué consiste este dogma de la Asunción:
Después de morir, las almas de las personas que se salvan pueden pasar por una fase de purificación (purgatorio). Después de terminar su purificación estas almas van pasando al Cielo. Hay algunos pocos cuyas almas llegan directamente al Cielo. Pero, aun habiendo llegado al Cielo, todo el que muere debe esperar el fin del mundo para que su alma inmortal vuelva a unirse con su cuerpo … que en eso consiste resucitar.
Sin embargo, la Santísima Virgen María no tuvo que esperar. Ella fue glorificada tanto en su alma, como en su cuerpo, al finalizar su vida terrena, sin tener que esperar el final.
¿Qué más nos recuerda la Asunción de la Virgen al Cielo? Que nosotros hemos sido creados por Dios para el Cielo, para vivir para siempre en esa felicidad inesperada e indescriptible.
¡Ahh! Pero cada uno es libre de alcanzar esta realidad o de rechazarla. De hecho, unos cuantos la rechazan, rechazando a Dios. Y otros la arriesgan, prefiriendo otras cosas que ponen por encima de Dios. Parece cosa de tontos, ¿no?
De nuevo, los cuerpos de los seres humanos fallecidos son cremados o se van descomponiendo después de la muerte. Y sólo en el último día volverá a unirse cada cuerpo con su propia alma.
Pero todos resucitaremos: los que hayamos obrado mal y los que hayamos obrado bien. Será la “resurrección de los muertos (o de la carne)”, que rezamos en el Credo. “Unos saldrán para una resurrección de vida y otros resucitarán para la condenación” (Jn 5, 29).
Sigamos a María. Ella nos espera en el Cielo y nos ayuda a llegar.
Isabel Vidal de Tenreiro
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