Dios alimentaba a los israelitas en la travesía por el desierto con el maná. Imaginemos la escena: todas las mañanas amanecía el suelo cubierto de una especie de capa como de nieve que servía de pan. (Ex. 16, 2-4 y 12-15).
Esa atención amorosa de Dios es lo que se denomina en Teología la “Divina Providencia”. Significa que Dios nos da, no sólo el alimento, sino todo lo que verdaderamente necesitamos. Puede que a veces, la cosa se ponga más difícil, pero Dios conoce todas nuestras necesidades mejor que nosotros mismos y verdaderamente se ocupa de ellas.
Pero podríamos preguntarnos ¿por qué, entonces, existe hambre en algunas partes del mundo? ¿Por qué ha habido y hay gobiernos opresores que no se ocupan del bien de sus pueblos?
El problema es que para ejercer su “Divina Providencia” Dios desea que los seres humanos colaboremos libremente en la realización de sus planes. Y en esto fallamos mucho: unos, porque causan los males, y otros, por no tratar de aliviarlos y remediarlos.
San Agustín nos enseña que siendo Dios infinitamente bueno y todopoderoso, no permitiría los males si no es porque es tan todopoderoso que puede sacar un bien del mal.
Si miramos hacia atrás, podríamos observar bienes que nos han venido precisamente a raíz de aparentes males.
El problema es que como la perspectiva de Dios es de eternidad, no logramos captarla bien. Por eso es que debemos ponernos anteojos de eternidad, para poder medio vislumbrar qué es lo que Dios está pretendiendo hacer.
¿Y cuál es esa perspectiva divina? Dios hace y maneja todo con miras a nuestra salvación eterna. Por eso a veces nos cuesta ver cuáles son los caminos de su “Divina Providencia”.
La “Divina Providencia” es un misterio, cuya comprensión plena la tendremos cuando pasemos a la eternidad. Será entonces cuando podremos entender de verdad cómo fue que Dios condujo a la humanidad, inclusive a través de hambrunas, epidemias, opresiones, dificultades de todo tipo, etc. hasta su fin último que es nuestra salvación eterna.
Dios verdaderamente se ocupa –como rezamos en el Padre Nuestro- de “nuestro pan de cada día” (Mt. 6, 11). Pero ese alimento diario que Dios nos proporciona, no es sólo el pan material, sino también -muy especialmente- el pan espiritual.
Y ese “Pan” lo tenemos: es un “Pan” que “ha bajado del Cielo y da la Vida al mundo” (Jn. 6, 24-35). Ese Pan espiritual es Jesucristo mismo, Quien nos enseñó a pedir “nuestro pan de cada día”. Él es ese Pan Vivo que bajó del Cielo para traernos Vida Eterna.
Hay que estar pendientes del alimento material, sobre todo en estos tiempos tan difíciles. El pan material es necesario para la vida del cuerpo, pero el Pan Espiritual es indispensable para la vida del alma. Dios nos provee ambos.
Isabel Vidal de Tenreiro
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