Ha decidido el Consejo Nacional Electoral devolver la tarjeta de la Unidad. La devolución no borra la injusticia ni repara el daño causado, pero es una señal que bien acompañada por otras medidas aperturistas, puede simbolizar una rectificación hacia adelante, para que volvamos a tener elecciones creíbles para el venezolano que vota y para la comunidad internacional que nos observa con justificada preocupación.
El camino hacia la reinstitucionalización de Venezuela es largo, accidentado, siempre amenazado por las desconfianzas. Por eso hay que valorar cada pasito, por modesto; cada piedra que se remueva del derrumbe que convirtió transitar la vida cívica en deporte de riesgo.
Las maniobras del poder para atrincherarse y defenderse “como sea”, incluso con recursos contra las reglas del Derecho y en buen sentido, validados por el aparato estatal privatizado a su servicio, se han atravesado en la marcha pacífica de la sociedad hacia el cambio que aspira y han enervado la actuación de quienes han tenido el mérito, valiente y comprometedor, de ofrecerse como alternativa.
Eso ha incidido en la pérdida de apoyo popular y aliento por parte de la oposición. Esa verdad, protuberante, explica solo parcialmente que la credibilidad de las oposiciones haya decaído a niveles comparables con los del grupo en el poder, lo que no me parece justo pero es real. Ha habido, y debe ser anotado, una contribución del propio liderazgo democrático a ese deterioro que pare enderezar el rumbo debe evaluar autocríticamente y corregir.
La primera causa de pérdida de credibilidad está en que haya oposiciones, porque son al menos cuatro y no cuento aquí a la que sólo lo es “oficialmente” pero que en cada cruce de esquina va para donde el oficialismo señale.
Son oposición la mayoría parlamentaria de la Asamblea Nacional elegida en 2015, cuyo rostro es Guaidó y cuyo liderazgo es colectivo; la posición de “realismo radical” representada por Capriles, Stalin González y otros dirigentes y sectores sociales; y otros actores más consistentemente inclinados a la participación electoral siempre, cuya expresión más significativa son los alcaldes agrupados en Fuerza Vecinal y el ex gobernador Falcón. También los dos tercios del “salidismo” de 2014, a saber Machado y Ledezma que siguen juntos en una posición más dura e intransigente.
Unir todo ese espectro no parece factible por lo pronto, aunque muchos lo desean. Pero creo que sí es posible que los tres primeros factores prioricen sus afinidades por sobre sus diferencias y se atrevan a acercarse en objetivos políticos comunes.
La recuperada tarjeta de la Unidad vale mucho. No tanto como en 2015, por obra de las acciones del poder y también los errores y omisiones de los líderes democráticos, pero sí es una oportunidad y un compromiso.
Sus administradores deben proceder con amplitud política y social. Lo contrario sería desnaturalizarlo. No apropiarse del símbolo, tampoco cañonearlo por cálculo interesado, sino repotenciarlo y actualizarlo con candidaturas creíbles, acuerdos tan unitarios como sea posible, sabiduría para incluir la diversidad, firmeza democrática sin atropello. Y un mensaje creíble que mire al futuro, ofrezca esperanza sin falsas ilusiones de corto plazo, ideas claras y bien puestas sobre lo que hay que hacer y demostrar disposición a hacerlo.
Candidaturas y mensaje creíble mostrarán la voluntad de dar la mano al compromiso sincero de unidad nacional.
Ramón Guillermo Aveledo