A los 210 años de nuestra Declaración de la Independencia, es conveniente reflexionar sobre por qué nunca la hemos alcanzado plenamente y en ocasiones hemos perdido hasta la misma soberanía. Los peores momentos han sido cuando perdimos el Esequibo en manos de Cipriano Castro, un autócrata, rochelero, ladronazo, demagogo y maula. Echó un cuento necio sobre…”la planta insolente del extranjero…” para encubrir sus disparates, pero las potencias europeas bloquearon nuestros puertos, tomaron las respectivas aduanas para cobrarse y la Gran Bretaña se cobró quitándonos más del 30% del territorio.
El otro momento crítico de pérdida de soberanía es el actual: Nos encontramos en medio de una guerra geopolítica entre Estados Unidos y Europa versus Rusia, China, Irán, Turquía y Cuba. Ahora vamos a perder la industria petrolera, que valía mucho más que el Esequibo.
¿Y cuándo hemos estado más cerca de nuestra independencia? Creo que durante los gobiernos progresistas y civilistas de José María Vargas, Carlos Soublette, Eleazar López Contreras, Isaías Medina Angarita y con AD y Copei. El momento estelar de nuestras potencialidades fue durante el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, pero sus compañeros de la partidocracia lo sacaron porque les estaba desmontando el modelo de la concentración de poder en esos dos partidos mediante la descentralización, privatizaciones y diversificación la economía.
¿Y cómo hemos hecho para ser tan perdedores?
La secuencia de los trece regímenes políticos que hemos tenido desde que somos república se puede caracterizar por los siguientes rasgos que explican nuestro fracaso (tomado de mi libro Poder, Petróleo y Pobreza, Tomo II de la Centro Democracia):
Predominio de uno o pocos líderes; en competencia con el papel de las instituciones y de los demás sectores no oficialistas.
Justificación de la concentración del poder en función de la desconfianza entre los sectores, asumiendo que, si los no gobernantes llegaran a desarrollarse podrían atentar contra la estabilidad del régimen instituido.
Esta discriminación se exacerba por el contraste entre la corrupción sin sanción de los gobernantes de turno y los privilegios de su clientela versus la pobreza de las mayorías.
El grupo gobernante ha controlado a los demás, bien limitando el acceso a las decisiones públicas, como al empresariado; bien colonizándolos, colocando en sus organizaciones a personeros de confianza. La propia burocracia del Estado siempre ha sido colonizada por el grupo gobernante de manera que sus instituciones no representan a la nación, sino los intereses de la élite minoritaria que gobierna. De allí que, en vez de producir petróleo, curar enfermos y educar niños, se engrosan nóminas clientelistas, otorgan contratos leoninos o se roba.
La exclusión genera frustraciones que son explicadas por el régimen de turno inculpando a algún sector de la sociedad por los errores del régimen. El chivo expiatorio escogido tiende a ser algún sector al cual conviene debilitar porque pudiera convertirse en un competidor por el poder: el empresariado en los regímenes de partidos y los partidos en los regímenes militares.
Las frustraciones de las mayorías excluidas han dado lugar a movimientos reivindicadores de élites emergentes que siempre han partido de una oferta de inclusión de los excluidos y de exclusión de la élite gobernante saliente. Por ejemplo, la declaración de la Guerra a Muerte contra los españoles por Simón Bolívar; las proclamas de José Tomás Boves de pardos y negros contra los blancos; los llamados de la Guerra Federal de pobres contra ricos y de gente de color contra los blancos; las proclamas anti empresariales durante el Trienio de Acción Democrática; y los planteamientos del chavismo contra los ricos, las empresas y blancos.
Con la excepción del surgimiento de la V República, todos los cambios de régimen han sido por la fuerza. Instaurado un nuevo orden, en lugar de un verdadero cambio del qué y del cómo se gobierna, sólo cambia el quién gobierna y se erige un nuevo régimen excluyente que repetirá la tragedia aquí descrita. De allí la corta duración de cada sistema, ninguno ha durado más de 40 años.
¿Y cómo se supera esto?
Hagamos lo contrario: Juguemos en equipo para superar la pobreza y conquistar mercados extranjeros en vez de jugar a la política para disputarnos cuotas de poder; el enemigo no es el otro sector sino la pobreza que desestabiliza todo régimen que acompaña y da pie a despotismos para justificar su ambición de poder a cuenta de destruir o dominar a otros sectores distintos a su propia élite. Veamos nuestras diferencias sectoriales y de intereses como una ventaja para complementarnos y no como una razón para desconfiar del otro. En la sociedad moderna -que queremos ser- la pregunta clave no es quién tiene la razón sino cómo nos ponemos de acuerdo. Desconfiemos de la desconfianza.
José Antonio Gil Yepes
@jagilyepes