En un país donde el salario mínimo no alcanza para comprar un cartón de huevos, donde sus fuerzas armadas no pueden proteger sus fronteras, donde la policía está desbordada por el hampa y los jefes de las bandas criminales son celebridades dentro de las redes sociales y antes de andar a escondidas amenazan con tomar el despacho de la Presidencia de la República, el que todavía haya esperanzas de recuperar la Democracia se debe a que en el fondo de la conciencia colectiva se mantienen firmes los principios legales consagrados en la Constitución y que soportan el Estado de Derecho.
Objetivamente el ciudadano fue despojado de todos sus derechos. La propiedad privada desde hace tiempo depende para su uso y disfrute de la voluntad de algún funcionario, de cualquier nivel dentro de la escala jerárquica de la Administración Pública, o de algún colectivo o simplemente de grupos anárquicos que tenga el antojo de invadir el inmueble o predio que le venga en gana. Sus Derechos Humanos no existen, tal y como lo han demostrado diferentes organismos e instancias internacionales, incluida la ONU. Su derecho a alimentación está sujeto a tener un carnet especial con el cual se puede beneficiar de algunos kilos de arroz, harina de maíz y sardinas distribuidos bajo un sistema de control social que esclaviza moralmente a quien lo recibe, beneficio cada vez mas esporádico y menguado. Su derecho a la salud tampoco existe dada las condiciones ruinosas del sistema hospitalario y como evidencia actual, la manera como está muriendo la población víctima del COVID-19 sin que exista un plan de vacunación eficiente que ponga freno a los contagios masivos que estamos observando.
Y de esta manera podemos ir detallando la inexistencia de derechos que padece el venezolano hasta concluir que su ciudadanía está aniquilada y que pasó a ser un sobreviviente dentro de un territorio en disputa por grupos armados fuera de la ley que pugnan por el Poder con quienes usurpan las funciones de Estado. Es duro, doloroso, desgarrador y humillante el ver esta realidad con los ojos abiertos y por ello intentamos observar el país que somos mirando al pasado, nos aferramos a vivir en un país que ya no existe, tenemos la ilusión de que pronto despertaremos y regresaremos a la Venezuela de hace 20 años, cuando la verdad es que nos conseguiremos con una nación totalmente destrozada que debemos reconstruir desde las cenizas.
Esta situación de incapacidad del régimen de sostener la normativa legal a fin de que se cumpla su cometido hace de Venezuela un Estado anómico, un Estado fallido que se evidencia por su incapacidad para controlar su territorio, por su ausencia de autoridad y su falta de presencia ante la comunidad internacional. Como lo indica Max Weber, al contrario de lo anterior, el Estado debe caracterizarse por la concentración del uso legítimo de la fuerza, ha de ser la fuerza bruta legitimada que mantiene el monopolio de la violencia. Es conveniente resaltar que esa violencia, esa fuerza irresistible, esa coercibilidad ha de ser legítima, debe provenir de la ley. En nuestro país, al contrario, la actuación oficialista y su violencia es de hecho, proviene de un mandato arbitrario que ha desechado la ley por lo que perdió legitimidad.
Ante este cuadro nos preguntamos por qué permanece como puntal o plataforma vigente del gran país que fuimos, la conciencia de la Ley, el respeto a normas y procedimientos que el régimen vulnera a diario pero que las personas comunes anhelan el regreso a su respeto. Esta conciencia del nivel de juricidad que permanece en la ciudadanía es algo que el régimen no nos ha podido arrebatar, está en lo profundo de nuestra esencia, es la trinchera política para exigir elecciones libres, es el grito lacerante de los humildes que reclaman agua, luz, comida y salud, retando a la prepotencia armada de los opresores, lo hacen porque sienten que están amparados por la Ley. Eso no han podido destruirlo los usurpadores, ese sentimiento profundo de que existen leyes y que deben cumplirse es uno de los mejores instrumentos de lucha y rescate democrático que podamos tener. Esa “Ley Profunda” no es otra cosa que el derecho natural.
La respuesta ante la pregunta formulada nos las da el hecho de que aunque vivamos bajo un Estado anómico o fallido, subsiste un estadio constituido por el derecho natural que no es más que el conjunto de principios y cualidades que le son propios a toda persona. Persiste la cognición, a pesar de los años pasados, de que se nos debe respeto como ser humano y como tal, se deben realizar nuestros derechos económicos, sociales y culturales. Ese sentimiento, ese anhelo no depende de la ley, pues el Derecho no es solo ley, no es solo reglamentos, decretos, leyes o inclusive constituciones, sino que también lo es esos principios y lineamientos propios del derecho natural que están insertados implícitamente en nuestra naturaleza.
Con ese sentir profundo, con ese ejército de bondades legales que anidan en la conciencia colectiva es que podemos derrotar la oquedad y la miseria social que nos rodea y avanzar con firmeza, agrupados en un Frente Amplio que mas allá de toda ambición sectorial o personal tenga como objetivo fundamental la libertad de Venezuela.
Jorge Rosell y Jorge Euclides Ramírez