Las recientes elecciones del Perú constituyen una enorme prueba para la fe de muchos en el sistema democrático. Deprime profundamente ver a media población elegir promotores de primitivas expresiones de bestialidad, precisamente en el mismo país cuya generación anterior padeció en carne propia las más atrocidades de Sendero Luminoso.
Pero antes de condenar al sistema conviene analizar los hechos y errores cometidos, aprender lecciones, potenciar fortalezas y diseñar estrategias y tácticas efectivas para derrotar a quienes promueven el oscurantismo y la barbarie.
Los pueblos a menudo se equivocan al elegir: No hay peor ejemplo que el de Jesús y Barrabas. Pero en el Perú no hubo siquiera una opción santa y el rechazo a Fujimori fue decisivo: El problema de fondo fueron las 18 candidaturas que fraccionaron al campo democrático en primera vuelta electoral.
Pero el reto más profundo – y no solo en Perú – es el enraizado populismo. Allí tampoco hay nada nuevo: Las envidias, resentimientos, prejuicios y enfrentamientos de clases y razas nacieron con Caín y Abel; y llevan siglos siendo avivados por el populismo. Se agitan desde fuentes tan persistentes y variadas que van desde algunos púlpitos hasta simples telenovelas repletas de caricaturas de ricos malos y pobres buenos.
Los ancestrales choques se atenúan gradualmente – en la medida que las sociedades progresan, erradican discriminaciones y mejoran las condiciones de vida de las mayorías – pero nunca desaparecen mientras en la humanidad existan la envidia y la iniquidad.
La izquierda estridente, rabiosa y vengativa – cuyo odioso rostro ha sido representado a través de la historia por Madame Defarge, la Pasionaria y la Bonafini – en nuestro Hemisferio hoy coordina sus embates contra la democracia con un solo libreto y bajo el amplio paraguas del Foro de Sao Paulo.
Por eso resulta irresponsable – cuando no suicida – que las fuerzas democráticas no se les enfrenten con la misma coordinación, y dejen para luego otras diferencias partidistas o personales.
Pero en el Perú también hay que ver el vaso medio lleno: Una población cuya mitad optó – aún con un pañuelo a la nariz – por enfrentar la barbarie. Una nación con instituciones que –siendo defectuosas – aún no integran la oleada vandálica: Congreso, tribunales, fuerzas armadas y todas esas fuerzas vivas listas para resistir. Allá la lucha apenas comienza.
Para los demás, incluso aquellos que aún transitamos las tinieblas, Perú ofrece nuevas lecciones de unidad, prioridad y persistencia para que pronto regresemos a la luz. Fe y adelante.
Antonio A. Herrera-Vaillant