Para Reyna Lara de Montes de Oca,
invariable devota de la causa que con justicia conducirá
a nuestro obispo mártir a los altares
Cuando Marta Rosa Cernicchiaro Mazzone, se embarcó en el vapor Lugano, con 500 italianos abordo desde el puerto de Génova, en la aventura de emigrar a los confines del planeta, en las postrimerías del mes de mayo de 1947, nunca imaginó que aquella travesía de 18 días tendría un halo enigmático que sólo se develaría la última noche del periplo trasatlántico.
El capitán del barco había convocado Marta y a su esposo, Biagio Brando Santoro, a una cena especial de despedida, que sería aprovechada para compartir un secreto sumarial. Ella, en estado de su primera hija, estuvo siempre a la expectativa y con temor por los cuentos sobre la ferocidad del mar Caribe, escenario que no llegó a experimentar.
En un testimonio oral de Marta Cernicchiaro recabado por el sacerdote Ricardo Vielma, el 11 de noviembre de 2018, atestigua que el capitán reveló a sus ilustres invitados, que aquel viaje había estado acompañado de un mar tan apacible, -jamás visto en su larga vida de marinero-, debido a que el barco transportaba en sus entrañas los restos mortales de un santo, sin duda una carga fuera de lo común.
Al finalizar la cena, el capitán atribuyó el sosiego del mar al valioso encargo y para demostrarlo, condujo al grupo de comensales a la bodega principal del vapor, en donde se hallaba un gran cajón de madera bellamente esmaltado.
Ya frente al gran féretro, la joven Marta escuchó atónita la descripción sobre la vida y el martirio que experimentó el sacerdote que yacía dentro del ataúd, quien fue torturado durante cuatro días, para luego caer fusilado por los nazis en la Segunda Guerra Mundial, al ser acusado de esconder y proteger a judíos en la Cartuja Farnetta de Lucca, a los que defendió hasta ofrendar su vida cuando apenas cumplía 49 años. Su nombre era Salvador Montes de Oca.
El tributo para el obispo
Marta Cernicchiaro, recuerda que, al arribar a La Guaira el 11 de junio de ese año 47, observó una gran multitud atestada en una plazuela contigua al puerto -todos ataviados de negro-. Estaban presentes el clero en pleno, miembros de la Junta Revolucionaria de Gobierno, el Ejecutivo de la Asamblea Nacional Constituyente con su presidente Andrés Eloy Blanco, quien fuera íntimo amigo de Montes de Oca; la juventud católica y nutridas organizaciones culturales y religiosas, así como el cuerpo diplomático extranjero y la Marina de Guerra.
Eran testigos del arribo de los restos mortales del obispo larense, entre ellos aguardaba impaciente y apesadumbrado el Dr. Juan Carmona, propietario y director del Diario EL IMPULSO de Barquisimeto, que había estudiado y crecido en Carora junto al obispo Montes de Oca y con quien jamás perdió contacto, al contrario, con el transcurrir del tiempo, esta amistad se consolidó.
Marta declaró que nunca había realizado un viaje tan sereno donde un barco se desplazara a mar abierto como si estuviera flotando en un lago, motivo por el cual, hasta su hora final, siempre creyó que el prelado Montes de Oca los condujo a ellos y a toda la tripulación, a buen puerto.
Pero Marta Rosa Cernicchiaro Mazzone, atesoró siempre aquella experiencia que describió como sublime e impresionante, y persistentemente narraba a sus familiares la serena travesía y su encuentro con los restos de un obispo santo y sus deudos, aquellos que se agolparon en el puerto para homenajear con honores el arribo de tan ilustre prelado.
Entretanto, resultaba impresionante ver aquella escena de los familiares directos descender por la escalerilla del barco, con el esmaltado ataúd en hombros, con tanta reverencia, escoltado por monseñor Luis Rotondaro y por supuesto de su amigo entrañable Juan Carmona, al toque de la marcha fúnebre interpretada por una compañía de marinos venezolanos que, al concluir presentaron armas ante las mortales reliquias seguido de golpes secos de redoblantes.
Reciben oficialmente los restos de monseñor Montes de Oca, sus hermanos Rafael José, Ignacio, Carmén; sus sobrinos Luis y Teresita, en una conmovedora ceremonia presidida por monseñor Rotondaro. En el acto, los deudos dispensaron la responsabilidad de representarlos como familia al Dr. Juan Carmona, quien debía entregar el féretro a monseñor Gregorio Adam, obispo de Valencia.
Un nombre con sabor a dolor y gloria
Pero es imperante hacer un inciso, dado que para el Dr. Juan Carmona, aparte de honorífico era representar a una de las más nobles y tradicionales familias caroreñas como los Montes de Oca, era conmovedor el acto de confianza y como muestra de su anticipada gratitud y venerada amistad, escribió dos años antes, inmediatamente al enterarse de la infame noticia del abominable crimen:
“Me embarga una profunda emoción al recordar a este inolvidable amigo de corazón, a este predestinado hijo de mi tierra, cuyo nombre sabe a dolor y gloria. Parecía que su talento, su virtud, su valor y sabiduría, lo llevaría hasta las más altas cumbres de la jerarquía eclesiástica. Y fue obispo contra su querer y descendió de tan alta dignidad con la majestad de un príncipe que abandona su trono por un destino humilde como a quien sabe que a Dios y su patria se le puede servir bien, aun en el más oscuro rincón de la Tierra. Solo aquellos que fuimos sus confidentes, podemos saber bien de la honda tragedia de la vida ilustre que ha ido a ocultarse a los ojos de los hombres para estar más cerca de Dios”.
El sacerdote Simón Salvatierra, leyó una emotiva carta ceremonial escrita por el obispo de Barquisimeto, monseñor Enrique María Dubuc, durante el acto protocolar, seguido del Dr. Juan Carmona, que ofreció sentidas palabras en nombre de Carora y como homenaje a su inquebrantable amistad con Montes de Oca.
Una prolongada y zigzagueante caravana escoltó los despojos del mártir desde el templo San Juan de Dios de la Guaira hasta la catedral de Caracas, en donde permaneció en capilla ardiente todo el jueves 12. Al siguiente día, a las ocho de la mañana, todos los templos de Caracas, al unísono, doblaron las campanas para despedir al prelado. A lo largo del itinerario que conduce a la plaza de Capuchino y a la avenida San Martín, el público se aglomeró para ofrecer el adiós.
El cortejo fúnebre partió a Valencia, con una escala en Los Teques, en el preciso lugar donde monseñor fue apresado por la tiranía para ser extrañado de la patria. En el trayecto, en todos los pueblos, la gente salía a rendirle homenaje a los restos del clérigo célebre, y entrando a la ciudad de Valencia la comitiva fue impedida de seguir en automóvil por la muchedumbre expectante, ávida de tributar su último adiós.
El catafalco fue cargado en hombros del pueblo, en procesión solemne en medio de cánticos y oraciones hasta la Capilla de San Francisco. Una escuadra de aviones de la Fuerza Aérea surcó el firmamento como reverencia póstuma a su obispo. Las solemnes exequias pontificadas fueron trasmitidas por Radiodifusora Nacional y retransmitidas por La Voz de la Patria, al igual que ocuparon gran centimetraje de prensa en los principales periódicos de toda la nación.
Desde el día 15 de junio, los restos de Salvador Montes de Oca, reposan bajo el presbiterio de la catedral de Valencia, tras expresas instrucciones suyas cuando en el año 34, en medio de una peritonitis que lo aquejó por tres meses, manifestó su voluntad de ser inhumado en el señalado lugar sagrado.
Para Marta Rosa Cernicchiaro Mazzone, y para el resto de la tripulación, la pasividad de aquel viaje estuvo influenciado por este hombre de Dios, un mártir que hoy camina hacia el reconocimiento de su santidad, un larense que se dirige sin pausa a los altares. Este solo uno de muchos otros sueltos que publicaremos como tributo a las virtudes cristianas de nuestro obispo larense.
Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y escritor
IG/TW: @LuisPerozoPadua