Querer es indispensable, pero nunca suficiente. Aunque suene bonito, no es verdad que “querer es poder”, como tampoco es cierto ese repetido lugar común de “lo que falta es voluntad política”. El simplismo populista, esencialmente antipolítico, traza un imaginario puente directo entre problema y solución que se cruza tomados de la mano fuerte del líder providencial. Es su forma de despreciar las reglas, los procesos y la institucionalidad que es el tejido, social y estatal, que vertebra la sociedad, nos protege y nos apoya.
La buena voluntad del liderazgo se convierte en resultados cuando se sostiene en una institucionalidad verdadera y funcional. Y de la mala voluntad de los poderosos, que también existe, nos defiende esa institucionalidad real y eficaz. Nunca perfecta, sí perfectible. Las instituciones son, a fin de cuentas, la diferencia más clara entre el subdesarrollo y el desarrollo.
Vengo hablando de problemas reales de sectores sociales muy afectados por la crisis. Las mujeres, más castigadas por la pobreza, la desigualdad, los decadentes servicios de salud. Los jóvenes, componente principal de la nutrida emigración porque ve estrecharse el horizonte de sus posibilidades, víctimas predilectas de la violencia y con un desarrollo personal empobrecido por la devaluada educación.
La muerte en injusta prisión del dirigente pemón Salvador Franco, nos puso de relieve la injusticia, la marginación de las comunidades indígenas de nuestra patria, víctimas de una crónica subestimación de su problemática, a la que cuesta mucho hacerse un sitio en la agenda nacional.
Ninguno de esos problemas encontrará solución duradera, mientras se prolongue esta crisis institucional que ha ido agravándose con los años.
¿A dónde ir para reclamar? ¿Cómo defendernos del abuso de poder, de la injusticia pública o privada? ¿Cómo lograr que la hermosa y prolija carta de Derechos Humanos del Título III de la constitución pase del dicho jurídico al hecho social? ¿Cómo promover y proteger los derechos a la vida, la libertad, el trabajo, la propiedad, la salud?
Para eso hace falta que el gobierno gobierne y el parlamento represente, legisle y ejerza el control político; que los tribunales impartan justicia con idoneidad, imparcialidad y probidad; que la contraloría controle, la defensoría defienda, la fiscalía cumpla a cabalidad su papel en procesos justos; que la autoridad electoral administre las votaciones con imparcialidad; que el Banco Central defienda el valor de la moneda; y que cada nivel del poder nacional, estadal y municipal cumpla con sus responsabilidades y responda por lo que hace y deja de hacer.
Hay una institucionalidad privada ¿Se le garantizan sus libertades y derechos para actuar con autonomía? Hay una institucionalidad pública diseñada en la Constitución ¿Podemos afirmar que funciona de verdad?
Todos sabemos la respuesta. Ese es el cambio principal que el país requiere. Voluntad no basta, hace falta institucionalidad.
Ramón Guillermo Aveledo