La vida, el amor, los seres queridos y la oportunidad llegan, avanzan, acompañan y nos dejan sin posibilidades de regreso…
El tiempo trabaja como hongo en la quilla de un navío, trabaja las penas, las alegrías, los sueños y temores, trabaja igual al hombre malvado como al bondadoso, todo lo envuelve en tormentas que queman igual al vencedor como al vencido.
La maravilla de la vida consiste en que igual tiene derecho a vivir el hombre malo como el hombre bueno, el que tiene fe y el que no la tiene, el sabio y el ignorante.
Al hombre lo pierden su soberbia, su egoísmo y su codicia. Por suerte en este mundo todo tiene su tiempo de duración: lo tiene el amor como el odio, la salud como la enfermedad, la escasez como la abundancia, la siembra de la semilla como la recolección del fruto.
En loco desvarío el hombre vive de esperanzas, lucha por dejar atrás lo que le hace áspero el camino, imposibilita su paso, le resta fuerzas.
Acabamos de dejar atrás el Año Viejo, entramos a otro año. Todo va y viene en este mundo raro y hermoso, la fuerza creadora del universo sigue siendo tan grande y activa como lo ha sido siempre. El amanecer del día de mañana será tan épico como cualquiera que haya sido en el mundo. De allí parte la razón de que sea tan imposible vivir sin reverenciar como sin gozo. Cada día, cada momento vivido es especial, único.
La expresión de algún día nos volveremos a ver casi nunca tiene la oportunidad de disfrutar juntos de nuevo un instante de alegrías. Es un acierto decir No! a la postergación y Si! a cada momento de fraternidad, de amistad, de cariño y compañía.
Los «te quiero» no sirven de nada cuando estamos dentro de la urna, no sirven cuando alejamos a los que nos quieren y decidimos la soledad por compañía. La vida debe ser un patrón de experiencias para disfrutarlas no para sobrevivir.
Toda culminación de tiempo es el inicio de un nuevo principio.
Se fue el año 2020 cargado de todas las miserias humanas, se fue como eco que remonta las cumbres hasta perderse en el vacío de las cavernas del tiempo.
Con la llegada de Año Nuevo se repite en el mundo la eterna esperanza de que mueran las guerras, muera el odio, la ambición irracional, la tiranía y el hambre que produce en el alma de los pueblos los telúricos movimientos de los hombres sin conciencia que los sumerge en el fango de sus crueldades, miserias y egoísmos.
Por el camino de la vida los años se desgranan rápidamente, el tiempo vuela, los hijos se van, crecen los nietos, los hermanos se alejan, olvidan, desaparece el lazo que los ataba y por el mundo se desparraman…
Seguimos aquí, algunos ávidos de riquezas, otros aferrados al consuelo de Dios que aunque tarda siempre nos pone al frente la gloria de sus milagros.
El destino sigue girando su rueda caprichosa con gran rapidez como si quisiera mostrarnos lo efímero que es todo acá en la tierra, triunfos, riqueza, vanagloria y hasta la misma desgracia y soledad.
Cada año es un peldaño de la vida, cambia incesantemente el horizonte desde que nacemos hasta que morimos.
Sabemos que el tiempo que se va no vuelve. En esta escuela de la vida aprendimos a cantarle a las penas y al hastío, al recuerdo y al olvido, aprendimos a no rendirnos y a crecer. En las arrugas de su tronco la sequoia protege su vida. Aunque tenga muchos años reverdece fuerte, firme y erguida como las palmeras que no se caen fácilmente a pesar de las tempestades ni azotes del inclemente huracán.
El sol es la vida de todo, de todas las cosas visibles, no hay oscuridad eterna, esperanza que no muestre su verdor ni milagro que demore tanto en responder a la fe de aquel cuyas horas de sueño ha pasado en lecho de frio y de temores.
«Las batallas deben perderse con el mismo animo con que se ganan»
(Walt Whitman)
Tiempo que se va no vuelve.
¡Feliz Año!
Amanda Niño de Victoria