En su libro “Un militar en la Casa Blanca”, el General Dwight
Eisenhower relata del complicado caso del contrabando que los japoneses estaban metiendo por Hawaii durante su presidencia (1953-1961). Era prácticamente imposible detenerlos, pues compraban a todos los interventores de aduana y a cualquiera que facilitara el paso de las mercancías. En Washington estaban desesperados, pues todos los cambios que hacían realizaban infructuosos.
Eso sucedió hasta que uno de los mejores amigos del general, compañero en la Academia de West Point, acababa de retirarse y el general le rogó que aceptara el cargo en Hawaii. “Sé que contigo ahí se acabará el contrabando”, le dijo. Y así fue durante más de un año. Una mañana, sonó el teléfono privado de la Oficina Oval. Era el amigo. “Ike (así le decían a Eisenhower), renuncio irrevocablemente. Desde ya”. El presidente quedó petrificado ante aquello. “¿Cómo vas a renunciar, si lograste parar el contrabando? ¡Te necesito allá!”. Una lacónica respuesta llegó del otro lado del teléfono: “es que los japoneses están llegando a mi precio”. El amigo puso su lealtad por delante de su precio.
Ahora quiero relatarles otra historia, que me contó una persona que fue en ese viaje: en uno de las primeras visitas de una comitiva chavista a China (si la memoria no me falla fue en 1999 0 2000) a los integrantes les dieron $12.000 de viáticos. Uno de ellos, cuando regresó a Venezuela, devolvió el dinero íntegro, porque no lo había usado. Fue objeto de burlas por parte de sus compañeros, aunque había hecho lo correcto. Él les respondió que ese dinero podía usarse para ayudar a personas que lo necesitaran, y que en el viaje él (y todos) tuvieron los gastos cubiertos. ¿Qué pasó después, que ese señor cambió tanto? Hoy, después de haber pasado por una serie de puestos importantes dentro del régimen chavista, es uno de los sancionados por gobiernos extranjeros por ladrón. Tremendo ladrón. La mística, la solidaridad, el amor por el prójimo se fueron al mismísimo…
Ésa fue una de las tácticas de Chávez para mantener la fidelidad de quienes tenía cerca: corromperlos, guardar las pruebas, y sacárselas si intentaban traicionarlo. Es cierto que en Venezuela siempre ha habido corrupción, pero ésta del chavismo ha superado todos los límites imaginables.
Y no son sólo los chavistas. Hay quienes se hacen pasar por opositores y son testaferros de muchos personeros del régimen. Sus lavadoras personales. Están los bolichicos (los conocidos y los no tan conocidos), los alacranes, los militares (en todo guiso hay uno) y un gentío más que ha sido cómplice de la destrucción del país.
Hoy me pongo de pie para aplaudir a quienes no se han corrompido. Algún día, cuando esto cambie, podremos honrarlos como se lo merecen.
Carolina Jaimes Branger
@cjaimesb