En mi primer día de clase, mis compañeros de mesa en el primer grado del Venezuela y por lo tanto mis primeros amigos barquisimetanos, fueron Freddy Castillo Castellanos, Carlos Miguel Castillo Valenzuela, Carlos Rafael López Seijas y mi primo Jesús Enrique Orozco. Un tiempo, recuerdo, también estuvo Tesalio Fortoul. Regresaba a mi ciudad natal tras el divorcio de mis padres, ellos convendrían después mudarme a La Salle. Lo mismo, por cierto hicieron los otros compañeros de mesa, salvo Freddy que se iría al Sucre en el Parque Ayacucho (Luego San Vicente de Paúl ya la Lara). Volvimos a encontrarnos en Humanidades del Lisandro. Nacimos el mismo año cincuenta, él en marzo, yo en agosto, éramos además vecinos, sanjuaneros los dos, él de la 17 y yo de la 16, ambos entre 38 y 39. Mi amistad con Freddy duró más de sesenta años. Una amistad estrecha que venció las distancias e incluso las diferencias que las hubo.
Por la diecisiete bajábamos caminando, antes de la 35 por “el estrecho desfiladero de la Escolástica”, como llamábamos en broma a unos metros de acera angosta con las palabras del Profesor Perdomo en Filosofía. Después aprendería que en eso no tenía razón aquel estupendo maestro tocuyano y cardenalero que dirigía el liceo. Con Freddy estaba llevando sol del bravo un domingo en la grada del viejo Stadium Olímpico Lara cuando, él caraquista y yo “perico” del Valencia, nos pasamos al nuevo Cardenales para siempre.
¿De qué hablábamos? De todo. De las noticias nuevas y de cuentos viejos oídos a nuestros mayores, de política y de literatura, de deportes, de muchachas. Freddy tenía ya entonces una memoria excepcional y su enorme curiosidad lectora le alimentó desde temprano una cultura amplísima. Dios sabe cuántas veces en la vida lo llamé para confirmar un dato o dar con una pista.
Él presidió el Círculo Literario del liceo y yo el Centro de Ciencias Sociales. De haberse realizado elecciones, muy probablemente habríamos competido, aunque de seguro nos habría ganado la plancha de miristas y comunistas, si se hubieran puesto de acuerdo. Él anduvo su vida por los diversos vericuetos de la socialdemocracia, mientras a mí la formación católica catalizó el proceso a su natural desembocadura socialcristiana. Cuando nos graduamos, la potente voz de Freddy fue la de todos con un discursazo. Él había propuesto y argumentado el nombre de nuestro padrino de promoción, Rafael Cadenas, un poeta barquisimetano y lisandrista que apenas conocíamos y que ha llegado a recibir, con modestia conmovedora, el reconocimiento y homenaje del país y el planeta de las letras. Me fui a Londres y él entró de una vez a la Central, donde otra vez coincidimos. Allí organizábamos recitales para los que traía como declamador a Mariano Álvarez, más joven que nosotros, creo que hijo de la señora de la residencia donde Freddy vivía.
Al graduarse se fue a Barcelona y seguimos en contacto. Él regresó a Barquisimeto a la abogacía, la docencia, la lectura y la escritura. Acaso en su obra mejor confluyen sus pasiones, la Universidad del Yaracuy (UNEY) que ayudó a concebir desde el proyecto en FUDECO y fue su Rector fundador. Esa casa es tan hija suya como Martín Emilio y Luisana, aunque como con ellos, no la hizo solo. Aquí con Cuchi, allá con un equipo.
Cuando en 1989 busqué la Gobernación me acompañó. Mi pasión dominante fue siempre la política, práctica de vida o incluso como menester intelectual o académico. En Freddy, ganaba el intelectual y salimos ganando.
Podría contar mucho más, pero llego hasta aquí. Escucho a María Jiménez cantando a Sabina y tecleo el artículo que nunca hubiera querido escribir. Me quedo con las ganas de leer lo que a él se le hubiera ocurrido si el destino hubiera sido inverso. Si donde está Freddy se lee, leerá esto, seguro. Porque seguirá leyendo por la eternidad.
Ramón Guillermo Aveledo