El populismo es recurrente en la historia de América Latina. Tanto que se lo asocia más con nuestra región que con cualquier otra parte del mundo. Cuando se lo menciona, pocos piensan en los naródniki insurgentes en la Rusia zarista, o en populistas norteamericanos de finales del Siglo XIX, precisamente en los tiempos de la más formidable expansión económica.
En las transformaciones económicas hay “perdedores” que es lógico que se organicen y se movilicen. Estas transformaciones pueden ser por modernización, por crisis de un modelo o por la concurrencia de ambas.
Un estudio reciente publicado con aval de la Universidad de Cambridge distingue entre el “populismo de inclusión” de Chávez-PSUV en Venezuela y Morales-MAS, en Bolivia, y el “populismo de exclusión” de Le Pen-FN en Francia y Haider-FPÖ, en Austria. Si juzgamos por el enunciado el populismo, como el colesterol, podría ser bueno o malo. Distancia o cercanía, y prejuicio, inciden en la valoración. No existe consenso en la literatura política en cuanto a la especificidad del populismo. En las dificultades para una definición capaz de abarcar todo lo que así se ha llamado, pues lo ha habido de derecha, de izquierda o sin ideología definida o aproximada, si algo queda siempre claro es que lo nutren los que están afuera y abajo. Porque en todo populismo, la lucha política es una entre pueblo y élite. ¿No lo hemos oído en otra parte? Está escrito en el Manifiesto de Marx y Engels , “Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de la lucha de clases”, lo cual no hace, desde luego marxistas a todos los populistas. Pero es muy obvio, y no debería ser desdeñable, que comparten el contenido de confrontación clasista.
En lo económico, populismo es distribución, sin consideración de los mecanismos de generación y circulación de la riqueza, especialmente del mercado. Así se explica que resulten propicias para que se manifieste épocas de bonanza económica, generalmente por el aumento de las materias primas, como los que tuvimos en la postguerra y a partir de los primeros años del siglo XXI. Propicias pero no exclusivas, dado que las crisis generadas por la escasez o la penuria, así mismo pueden plantear la desigual distribución de las cargas y, por lo tanto, reclamos de vastos sectores sociales.
Entre las características del populismo normalmente mencionadas tenemos: una noción de política como el enfrentamiento entre pueblo y elite; liderazgo carismático basado en una relación directa entre el líder y el pueblo y en las habilidades de comunicador del primero; nacionalismo extremo; la figura del enemigo externo en la forma del poder imperial que busca someter a los pueblos; confusión entre Estado, partido, líder y cuerpos intermedios como los sindicatos y otros, y en consecuencia propensión a conductas autoritarias; movilización permanente de los grupos que lo apoyan.
El uso más frecuente del término populismo es peyorativo. La derecha ha llamado “populistas” a partidos, gobiernos e incluso políticas públicas o medidas de intervención del Estado en la economía con orientación social. Socialistas y comunistas han tachado de “populistas” a los partidos o gobiernos reformistas con fuerte apelación a las masas populares, pero que no son revolucionarios.
Sin embargo ha habido, y es históricamente comprobable, experiencias revolucionarias con poderoso ingrediente anti político, los cuales se valen de los recursos del populismo al servicio de proyectos que no sólo buscan el control total del poder sino darle al mismo un determinado contenido ideológicamente preciso. Esas no son flores de un día. Tienen efectos más profundos, más duraderos, más dañinos.
#opinion: Sobre populismo por: Ramón Guillermo Aveledo
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