En 1952 el escritor Guillermo Morón publicó un ensayo llamado La ciudad baldía, que ha podido ser perfectamente la ciudad fenicia.
En el libro reflexionaba sobre el debate entre lo espiritual y lo material; señalaba que la ciudad se debatía entre la búsqueda y sobrevivencia de su espíritu reflejado en la música, las tradiciones, su literatura, sus escritores, la creación en todas sus manifestaciones; contra otra donde el materialismo pretendía explotar al máximo el comercio, como expresión concreta, imponiéndose por sobre lo “espiritual”, para denominar de alguna manera su contraparte.
Hoy contemplamos cómo lo material se impuso por sobre lo espiritual. Cuando vemos la desintegración del espacio urbano; la destrucción de monumentos, teatros, plazas y espacios públicos. La apatía ante todo.
Visite los camposantos de la ciudad para que vea cómo se entierra ella a sí misma.
El monumento al Sol Naciente, obra del maestro Cruz Diez, rodeada de bambis y trenes. Infectado de grafitis que anárquicamente destruyen o rayan todo lo que consigan al paso. Fachadas, obras de arte, monumentos; la alienante cultura del hip-hop representa la decadencia y el tráfico del lenguaje.
El cementerio Bella Vista, ubicado en la calle 42, contiguo al terminal de pasajeros, es muestra del abandono y desidia oficial ante un espacio que guarda la presencia viva de miles de deudos que desempeñaron un importante papel, en lo material y espiritual, en la ciudad y el mundo, y es víctima de un atroz abandono por parte del ente oficial encargado de velar por este patrimonio. La parte externa invadida por guajiros con baños públicos por doquier; las paredes derrumbadas y llenas de huecos. Inundada de monte y tomada por delincuentes que se ocultan entre la maleza y la desidia que lo colma. Toda imagen, vidrio o metal ha sido desvalijado.
Si a ver vamos el Sistema Hidráulico Yacambú-Quíbor tiene 41 años en construcción y probablemente celebre los 50 antes de abastecer a la ciudad y rendir su fin.
La avenida 20 convertida en un mercado persa donde reinan la suciedad, la arbitrariedad, la contaminación en todas sus expresiones, y la anarquía se pasea en cualquier sentido.
Las aguas negras corriendo por calles y avenidas. Fachadas derruidas por doquier.
La propia plaza Bolívar convertida en sala de emergencia, con los pisos agrietados y cuarteados. Las plazas en general son expresión del abandono. ¿Cuántas plazas se han construido en los últimos 20 años?, por no ir más lejos. ¿Cuántos teatros?, ¿cuántos parques?
Muy al contrario el escaso espacio destinado a los parques y zonas de protección no escapa del flagelo de las invasiones que no son más que el reflejo de la ininterrumpida movilización de los campos a las ciudades, que comenzó con el boom petrolero en 1928 y aún no cesa.
El enrejado de las fachadas de las casas, los cercos eléctricos y las rejas de seguridad son la característica fundamental de la arquitectura del común, sometido al creciente flagelo de la inseguridad.
Cada día crece el número de homicidios. El secuestro se depura. En las cárceles impera el verdadero poder, que tras las rejas secuestra, roba, extorsiona, reparte y comercia: drogas, vehículos, niños, pistolas y C-4.
La ineficiencia de todas las instancias judiciales y públicas, y el imperio de la impunidad, es la más concreta demostración de la degradación e ineficiencia de la gestión pública del Estado.
Al contrario ¿cuántos centros comerciales se han construido en los últimos veinte años? ¿Cuánto de verde exigen las ordenanzas municipales actuales a los voraces constructores?
El transporte público en Barquisimeto es el más vetusto y costoso del país. ¿En qué ciudad del país circulan chatarras de 50 años como transporte de pasajeros a falta de una deuda no saldada con el estado Lara? Al contrario hemos perdido el ferrocarril que devenía del siglo XIX y ahora no pasa de ser una virtual y reducida promesa.
¿Qué brillante mente pudo concebir un terminal de pasajeros rodeado de invasiones y fábricas y con un cementerio al lado? Paradoja barquisimetana, ambos terminales crecieron al lado de cementerios.
Todo se reduce al inmediatismo y la complacencia política. Somos víctimas no sólo de la voracidad mercantil, también de la descomposición política. El mercado de entonces no presumía que semejante diatriba se extendería más allá de sus fronteras y atraería árabes y chinos por montón. Éstos últimos aceptados como parte de pago por la hipoteca que mantenemos con esa potencia.
Barquisimeto colapsa. Su centro dejó de estar en la plaza Bolívar, menos en El Obelisco. Su corazón debe crecer como una invasión al lado de un quebrada o una escorrentía.
Fotos: Edickson Durán/Archivo