Un viejo adagio dice «La siembra es voluntaria, la cosecha obligatoria».
Tomo una rosa, palpo su textura, observo su color, inhalo su aroma. Me concentro en el ejercicio sin que nada ni nadie perturbe el momento, no pierdo el hilo de la concentración por veinte minutos. Recupero la paz y calma que la rutina me roba día a día.
La mente necesita un descanso, como lo necesita el cuerpo y ¿qué mejor momento que realizar el ejercicio dentro de la naturaleza? Es buen ejercicio mirar y disfrutar del paisaje sin la intromisión del pensamiento ni cosa que distraiga el mágico momento.
Somos esclavos del tiempo y del reloj, no disfrutamos del milagro de la vida. Concentrarse veinte minutos diarios en un solo propósito, lograremos vivir la vida sin prisa, sin estrés.
La mente rompe sus ataduras cuando nos inspira un objetivo importante, supera los limites, la conciencia se expande en todas direcciones, se siente lo maravilloso que es el mundo. Las fuerzas, facultades y anhelos cobran vida, descubrimos que somos mejores personas de lo que habíamos soñado. (Filósofo indio Patañjali).
A los gigantes del mundo de la Ciencia, de las Matemáticas, del Arte, de la Física, de la Medicina, etc; no les fue fácil conquistar su pedazo de cielo. Los ojos de Platón, de Shakespeare, de Einstein, de Newton, de Copérnico, de Mendel, de Pasteur, de Goethe, de Jobs, de Miguel Ángel y de Bolívar, etc; nunca estuvieron cerrados a las leyes. Es por esto que las mentes brillantes son símbolo de ellas mismas. Estos genios conocieron lo que es el sacrificio, la perseverancia, esforzarse, entregarse, amar y ser abnegado. Hoy ellos forman parte de las luces que cubren el cielo de la Historia y de la vida.
Las mentes pequeñas no aportan nada, no saben de sacrificios ni de esfuerzo, mucho menos de amor, entrega y abnegación.
A través del pensamiento el hombre va creando sus propios canales, encuentra la manera de alimentarse, de expresarse y la razón para defenderse.
Su pensamiento va abriendo caminos.
Endógeno por naturaleza todo lo que el representa va fluyendo desde su interior y expandiéndose de acuerdo a sus conocimientos.
El ambiente natural no se compara a cualquier otro escenario en el que pueda lucir sus talentos y dones naturales.
Cada día que pasa aprendemos algo nuevo, somos diseñadores de lo que aprendemos, somos dueños de nuestro destino.
Vivimos ocupados en tantas cosas banales que olvidamos hasta el propio goce de vivir.
Tal vez no luzcamos tanto en el teatro de la vida como aquellos que tanto dejaron a la humanidad: Mozart uno de los grandes compositores orientó hacia el corazón de la melodía la inagotable riada de su rica armonía; la inclinación de Jesús fue la de implantar su doctrina del amor; Huber prefirió relacionarse con las abejas, Goethe emulo la metamorfosis de las plantas, creó la teoría de los colores, escribió su gran obra «El Fausto»; Miguel Ángel tuvo la idea de materializar los cuerpos para exaltar el alma en sus figuras; Bolívar prefirió inmolar su vida a cambio de la libertad.
Todos tenemos la oportunidad de crear, de explorar, de inventar, de salirse de lo corriente, metiéndose por el camino de lo extraordinario, cada uno tiene libre el camino de las opciones. La suma de los años no limita a nadie, tampoco la alegría de tener sueños.
«Nada es tan poderoso en este mundo como dar luz a una idea cuyo momento ha llegado»
(Víctor Hugo)
Tal vez sea este el mejor momento de plantar un árbol de expresar una idea.
La mayoría de nosotros vive a un ritmo tan frenético y de tanto ruido que la quietud y el silencio nos hace sentir incómodos. Rápido cavamos nuestra fosa, no tenemos tiempo de detenernos a mirar el colibrí libando el néctar de una flor, no sacamos tiempo para vivir tranquilos, no hay espacio para degustar la comida sin prisa, no sacamos tiempo para contemplar el corazón de la rosa sin que la mente nos distraiga e interrumpa el mágico momento de relax, de paz y de armonía que tanta falta nos hace…
Amanda Niño de Victoria