El resultado definitivo de las elecciones en Estados Unidos sigue pendiente al redactar esta columna, pero el reñido final demuestra que los encuestadores, analistas y medios que señalaban un amplio margen a favor de los Demócratas proyectaron sus propios deseos más allá de toda realidad.
Para bien o para mal se mantiene la polarización extrema entre quienes apoyan al actual presidente Trump, y quienes lo repudian, ambos con idéntica convicción y vehemencia, y con importantes características geográficas y demográficas.
Fracasaron quienes buscaban un repudio masivo al presidente en estas elecciones, toca ahora analizar las claves de ese “populismo” suyo, que tanta angustia ocasiona en círculos intelectuales. Y allí se pueden aprender algunas lecciones en la experiencia latinoamericana.
Quizás los analistas no han prestado suficiente atención a la desafortunada expresión de la ex candidata Hillary Clinton cuando se refirió a los partidarios del Presidente Trump como “un canasto de deplorables”.
Si algo hemos aprendido a lo largo y ancho de Latino América es lo peligroso y contraproducente que resulta despreciar y burlarse de un candidato por vulgar, inculto o “feo” ante una población que contiene grandes masas que se identifican con esas mismas características.
Abundan los ejemplos de esta desafortunada experiencia en Venezuela, entre ellas la muy despectiva frase: “yo vine porque quise, a mi no me pagaron”, que metía en un solo saco – luego muy difícil de penetrar – a toda una gama de gente que por diversas razones apoyó al desaparecido caudillo.
Adoptar posturas de superioridad moral y desdén sobre opositores políticos que sencillamente expresan simpatías o entusiasmo por una posición contraria es un tiro que suele salir por la culata, que más bien resulta en que los contrarios se aferren aún más a su querencia principal y caudillo preferido.
Que el Distrito Federal (Washington) haya emitido un 93% de sus votos en favor del candidato demócrata dice mucho sobre la presunción del “establishment” político y comunicacional norteamericano a abrogarse el derecho a decidir qué es lo “políticamente correcto” para todos.
Por de pronto, aún si llega a la Casa Blanca, le será muy cuesta arriba al candidato Biden aflojar la posición tomada por el presidente Trump con relación a Venezuela y a Cuba: Los sorpresivos y catastróficos – para los Demócratas – resultados del Sur de la Florida prueban el fuerte rechazo generado en este país contra las políticas de acercamiento con la arterioesclerótica dictadura militar cubana y sus hijos bobos en Caracas.
Antonio A. Herrera Vaillant