#OPINIÓN Tras los Estatismos del siglo XIX e inicio de XX (Parte II) #18Oct

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¿Por qué fracasaron los estatismos socialistas?

El argumento es contundente. El socialismo, si realmente hubiera tenido los medios para planificar una sociedad, para proseguir eficazmente su visión de abolir:
• la propiedad privada,
• la desigualdad económica, y
• la asignación de capital y bienes a través de mercados libres,
habría culminado aplastando:
• la libertad individual, económica, religiosa y de asociación política.

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La colectivización de la agricultura causó por sí sola una increíble miseria, mucho sufrimiento, escasez y un desprecio de la propiedad como fruto del trabajo. Fue, en el mejor de los casos, (es un ejemplo real) la habilidad a través del terror y la servidumbre de construir la ciudad de Gary, en Indiana, sin bienes satisfactorios y sin la posibilidad de sostenerla.

Reconocimiento de la realidad de los hechos

Para ser seres morales, debemos reconocer debidamente unos hechos tan horrorosos y ser testigos responsables en estos tiempos tan funestos. Mientras el socialismo -igual que el nazismo y el fascismo- no acepte la realidad vivida en él, consistente en las más grandes atrocidades de toda la historia humana, no viviremos un “después del socialismo.” Esto no sucederá.

Los intelectuales de Occidente parecen comprometidos con una posición adversa a la cultura de mercados libres y derechos individuales, en la cual se ha logrado:
• la más grande disminución del sufrimiento,
• la mayor liberación de la miseria, la ignorancia y la superstición, y
• el mayor incremento de la generosidad y las oportunidades en la historia del género humano.
Esta patología les permite a los intelectuales de Occidente ignorar el Everest de cadáveres de las víctimas del comunismo:
• sin derramar una lágrima,
• sin ningún escrúpulo,
• sin remordimiento,
• sin un acto de contrición o una revaluación de su ser, alma y mente.

El comportamiento de los intelectuales de Occidente ante los logros de su propia sociedad, por un lado, y el ideal socialista y, más aún, la realidad socialista, por otro, nos quita el aliento:
• En medio de una movilidad social sin precedentes en el Occidente, ellos hablan de “casta”.
• En una sociedad abundante en bienes y servicios, ellos hablan de “pobreza”, de “consumismo”.
• En una sociedad cada vez más enriquecida, variada, productiva, autodefinida y con una vida más plena, ellos hablan de “enajenamiento”.
• En una sociedad que ha liberado a la mujer, a las minorías raciales, religiosas, de homosexuales y lesbianas, hasta un punto que nadie pudo haber soñado hace apenas cincuenta años, ellos hablan de “opresión”.
• En una sociedad en la que millones han sido parásitos a costa del riesgo, el conocimiento y el capital de otros, ellos hablan de la “explotación” de los parásitos.
• En una sociedad que rompió, con base en el mérito, esas aparentes cadenas eternas de condición por nacimiento, ellos claman “injusticia”.
• En nombre de mundos de fantasía y perfecciones místicas, se han cerrado al milagro de los derechos individuales, la responsabilidad individual, el mérito y la satisfacción humana de Occidente.
• Como Marx, usan la palabra “libertad” entre comillas, como si en Occidente no existiera o pudiera ponerse en duda.

Argumento acertado.

Irónicamente, por supuesto, las principales tradiciones del socialismo y el comunismo reclaman credenciales marxistas y los marxistas tenían un argumento acertado: tenemos que juzgar a los sistemas humanos, en último análisis, no como teorías y abstracciones ideales, sino como historia práctica y real. (Nota: Se separan de la teoría de Marx que, prácticamente casi nunca quiso investigar los hechos de la historia práctica y real nunca, los mismos que Marx nunca quiso investigar)

Con una incalificable mala fe, aplicaron esta medición a todo menos a lo que supuestamente les atañía más que cualquier otra cosa. De un rincón al otro de la tierra, los intelectuales marxistas, los propagandistas, los profesores y los apologistas nunca compararon al mundo socialista con las sociedades más o menos liberales de Europa Occidental y de Norteamérica. Compararon una sociedad perfecta, de ficción, que nunca existió, con una sociedad imperfecta, pero que había logrado verdaderas maravillas.

A los marxistas clásicos les encantaba denunciar tal antirealismo como “idealismo filosófico”, cuando lo denunciaban en otros. Fueron ellos, sin embargo, los que fingieron un mundo ideal de su propio quehacer; fueron ellos los que siempre actuaron como los más antirealistas de todos.

Es menester ahora que la evidencia histórica desenmascare al marxismo, que sus herederos (los antioccidentales posmodernistas de la izquierda cultural) confiesen ese antirealismo, explícitamente, como un estado mental elegido por ellos.

Juan José Ostériz

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