Una democracia se nutre de las libertades y el voto de sus ciudadanos, pero es bastante más que eso. Es respeto al derecho y cumplimiento del deber. Poder Público distribuido territorialmente en la nación, los estados y los municipios, así como dividido funcionalmente según el modelo clásico en Legislativo, Ejecutivo y Judicial, al cual nuestra Constitución le ha agregado Ciudadano y Electoral.
En una democracia, nadie es dueño del poder, tampoco del pueblo y del territorio. Quienes son elegidos para gobernar y representar, por un período determinado, lo hacen en los términos y condiciones y dentro de los límites que pauta la Constitución. De eso se trata. Un acta de proclamación no es un título de propiedad sobre vidas y haciendas, ni siquiera es verdad que exista aquel dominio absoluto y arbitrario de la antigüedad. Porque la civilización, vista en perspectiva histórica, es el paso del poder personal al institucional, del absoluto al limitado y del concentrado al distribuido.
Estas nociones elementales las recuerdo porque en días pasados, creo que desde una cadena nacional, el máximo vocero del poder del país se refirió al ciudadano que esto escribe, por haber planteado abiertamente la conveniencia de diferir la convocatoria electoral parlamentaria por razones de salud pública, así como de condiciones sociales, políticas y legales objetivas. Esto último lo ha manifestado también la Unión Europea, invitada oficialmente a observar el proceso electoral. Presencia que exigen sectores de oposición y que en el poder deben considerar necesaria, ya que la ha procurado después de negarse a ella reiteradamente.
Desde el poder me preguntan por qué no le pido a Trump que suspenda las elecciones americanas. En realidad no me toca, porque soy ciudadano venezolano no estadounidense. Y además, porque sería ridículo, ya que el Presidente de los Estados Unidos aún si quisiera, no puede suspenderlas. Constitucionalmente no tiene ese poder. Por eso en ese país vienen celebrándose elecciones presidenciales desde 1789. Tienen una Constitución que prescribe un equilibrio de poderes y modos de resolver los conflictos mediante la ley.
Sentirse amo de una Nación es un error que puede hacer mucho daño. Un poder sin controles que no acata ni las reglas que lo regulan, trae pobreza y dolor como lo describe el informe de Naciones Unidas sobre los Derechos Humanos en Venezuela hoy leído en el mundo entero. Ese sí es un desafío.
Ramón Guillermo Aveledo