Para recordar:
“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado…”
(Mateo 28:19,20).
La película Sahara, fue estrenada en 1943. Fue ganadora de varios premios Oscar y se trató de una unidad estadounidense y de aliados, comandada por el sargento Mayor Joe Gunn (Humphrey Bogart), especialista en el manejo de tanques M3 Lee, utilizados por los británicos. Y con dicho vehículo recorrieron grandes distancias para escapar del general alemán, E. Rommel, apodado El Zorro del Desierto.
Al grupo del Gunn se les unió un médico, capitán del ejército británico, pero dejó al mando al sargento. No obstante, durante la travesía por el Desierto Occidental, Libia, capturaron a un soldado Italiano, apresado por un inglés y a pesar que el sargento no quería al italiano, por el asunto del agua, siempre lo llevó, y con ello lo salvó. Luego tomaron prisionero a un piloto alemán que los atacó, pero antes lo derribaron.
El soldado inglés, los guió a un refugio donde encontrarían agua, y ya casi se les había terminado; también los alemanes la buscaban con el mismo ímpetu. Y cuando el prisionero alemán escuchó que sus coterráneos se acercaban, quiso escapar, y le pidió ayuda del italiano para que traicionara a la unidad norteamericana, pero éste le contestó: “Mussolini, nos metió ideas en la cabeza, y repetía que teníamos que “trabajar, creer y obedecer, sin embargo no pudo sacarnos a Dios de nuestra mente y por ello, ¿cómo puedo matar a los que me han salvado?”. “En cambio a ustedes, Hitler les lavó el cerebro, inclusive para que mataran a gente inocente, porque no respetan a Dios”.
Si observamos el verso inicial, hay varias órdenes que le dio Jesús a los discípulos. Hoy, esa orden sirve para nosotros y dice: “Id, haced discípulos…bautizándolos y enseñándoles que guarden ‘toda su palabra’”.
La orden de ir, es un imperativo que incluye una acción de dirigirse a uno o muchos lugares, inclusive dice allí “a todas las naciones”, para predicar su palabra. En ese mandato están implícitas las palabras: Trabajar, creer y obedecer.
El trabajo está presente desde el principio de la creación. Ya que Dios al crear la tierra, colocó al hombre en el Edén para que lo labrara. Como apareció el pecado, el trabajo se convirtiera en un problema, adicionándoles algunas maldiciones. Por ejemplo: “Maldita será la tierra por tu causa…Espinas y cardos te producirá…”. Y, “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás.” (Ver Génesis 3:17,19).
Cuando hablamos del trabajo, es triste ver que en Venezuela, en los últimos 20 años, se perdió mucha mano de obra, o el valor del trabajo cayó al suelo. Y esa son algunas razones por lo que hoy tenemos un país quebrado o en terapia intensiva.
Dios promueve que todos trabajemos, tal como se lo dijo a Adán, el apóstol Pablo mencionó: “El que no quiere trabajar, tampoco coma.” (2ª Tesalonicenses 3:10). Jesucristo, también mandó a realizar una labor, pero espiritual: Órdenes que apuntan a la salvación de las almas o de los seres vivos, para que aprendieran de Él y de la fe.
Tal vez por ello, el creer y obedecer van de la mano. Pero, ¿Creemos en Dios? ¿De qué forma lo concebimos? ¿Obedecemos su Palabra y los Diez mandamientos? Aunque somos imperfectos, Cristo si fue perfecto, nos enseñó a creer y obedecer. Y manifestó que si creemos en Dios también creemos en Él (Juan 14:1).
Aunque tenemos leyes terrenales y aspectos sociales que guardar, hay culturas, creencias, vivencias que nos hacen obedecer más a los seres humanos que a Dios. O, creemos que algún humano puede solucionar nuestros problemas. Por ello dijo el apóstol Pedro: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Juan 5:39).
La obediencia que Dios quiere debe ser voluntaria. Y la enseñanza a los que se bautizan, es para que guarden todas las cosas que Jesús ha mandado. Y, a pesar que somos imperfectos, repetimos, guardando o enseñando, como seres humanos, lo que nunca debemos perder de vista son las promesas de Dios, incluyendo la del ofrecimiento de una vida eterna en la Patria celestial.
Eduardo Iván González González
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