Aquel día todo era normal, la tierra estaba humedecida por la lluvia, todo era un mundo de ilusiones y esperanzas. No hubo tiempo para atisbar los caminos, atrás se fue quedando la eterna monotonía del inolvidable hogar dulce hogar paterno.
No volvieron aquellos tiempos en los que siendo niños calentábamos el invierno con el sol de la alegría. Las manos de un ángel nos protegía del frío, de la oscuridad y de los miedos del camino. Con su cariño puso una barrera apartando la realidad de esa soledad que llega como cosa natural más tarde a nuestras vidas.
Cuando los sueños nos alejan de todo lo que fue bello y sencillo, es tiempo que evocamos cuando el azul del cielo derramaba nimbos de blanca alegría sobre el corazón de la infancia. Adiós agua plácida, aroma de jazmines y de sueños.
Pasando el tiempo la nieve resbala de las hojas y poco a poco va llegando el momento de atravesar el puente que lleva al ocaso. Esta es la realidad que a tantos asusta. Atrás va quedando todo eso que nos hizo crecer felices, si temor. Atrás quedó la juventud, los quince años, el colegio, el vestido de novia, los más bellos sueños.
Así es la vida paisano, somos golondrinas pasajeras que por mucho que intentemos elevarnos son los calendarios los que se encargan de bajarnos de esa nube. Razón que lleva a no rendirnos en las batallas que libramos de Lunes a Domingo, de año a año. Por dura que sea la travesía hay que darle brillo a la vida mientras la tengamos, aunque como dijera García Márquez «al final, tal vez de nada sirva, porque cuando nos guarden dentro de esa maleta, infelizmente ya estaremos muertos».
Tantas cosas celebramos: el nacimiento, el Cumpleaños, el día de la graduación, el momento en que el hijo se hizo profesional, el aniversario de bodas…
La vida nos va enseñando al borde de la desesperanza que tenemos que resolver nuestras propia ecuaciones, atisbamos los caminos para salirnos de la eterna monotonía, donde poco se culmina en este mundo cargado de cansancios y de estrés.
Buscamos contar con un tiempo libre aunque solo sea para alejarnos y ver tranquilamente una alborada sobre el lomo de las nubes. Eso es estar vivo en este paraíso, cuya pesadilla más grande es llegar a viejo y no haber tenido la libertad de ver salir o ponerse el sol ni haber concedido al cuerpo lo que el alma pedía.
El ser humano seguirá caminando de la mano del tiempo, sometido a sus opresores y verdugos, seguirá complaciendo a otros para tenerlos contentos, mientras su vida seguirá sufriendo y viviendo sin derecho a soñar y como un viento a sotavento lamentar el haber permitido a sus tiranos desajustaran la proa de su propia vida.
Aún está lejos el cortejo, no asoma el llanto ni el olvido, llena de sueños y esperanzas sigue la aljaba de la vida invitándonos a celebrar, no importa que sea a aquel amor fugaz que va quedando en el recuerdo degradado como un rumor, como un suspiro cada vez más distante…
Celebrar 50 años o más de lo que pudo haber sido y no fue, hasta convertirse en lo que es hoy una triste soledad, un macabro silencio…
Celebro el día en el que moldeando la arcilla con mis manos aprendí a ser terrenal, a cantar trabajando. Porque fue así como aprendí a estar conmigo misma cantando, celebrando mis figuras de barro y conquistando en solitario la alegría mi gran compañera…
Amanda Niño de Victoria