“Voy a hablar de Bolívar
Pero no del Bolívar que se quieren robar
Ni del que llama mío cualquier hombre
Ni del que llama mío cualquier grupo
Ni del que tiene estatuas levantadas para que solo algunos la puedan escoltar
Voy a hablar con amor, del Bolívar de todos”.
Estos versos del bardo colombiano Carlos Castro Saavedra, son apropiados para recordar al Libertador en su fecha natalicia y en esta hora aciaga de la república, porque, además de su valor literario, sirven para denunciar la forma grotesca como el régimen Maduro cabellista, que son uno y dos al mismo tiempo, ha secuestrado la figura del Libertador Simón Bolívar, tergiversando todo de cuanto valiosa tiene para el pueblo venezolano.
Bolívar, Capitán de la aurora, prisionero entre rojos barrotes, oyendo, consternado, como sus victorias fulgurantes son comparadas con este latrocinio continuado contra el erario público, que es lo que es este bodrio llamado pomposamente “socialismo del siglo XXI”. Bolívar, quien desde los mares cabalgando sobre las crestas de las olas, y cuyo rostro quedo grabado con fuego en las heladas soledades andinas, devenido en alter ego de la lenguaraz cotorra de Sabaneta. El pobre Libertador, pálido y aterido, oyendo sus discursos luminosos reducidos a huera refranería; suerte de santos óleos con lo que los pícaros de la banda cuatrofebrerista embadurnan sus pillerías, creyendo que así las convierten en acciones pletóricas de ferviente patriotismo. No señor…
Y sigue por ahí el asunto de los retratos de Chávez, juntos con los del Bolívar hecho a la imagen y semejanza del difunto “supremo”, que reposan en la Asamblea Nacional. Cuando fueron retirados: ¡Un atentado contra los símbolos patrios! Chillaron los dolientes del régimen. Pero resulta que Chávez no es ningún símbolo de la patria, ni de nada; ni siquiera de las fiestas patronales de Sabaneta. Y, por otra parte, ese otro Bolívar, el mutante al que la predica brujeril de los charleros de la dictadura tratan de identificar con el que les conté, nada tiene que ver con el Bolívar histórico, el que aparece en un retrato clásico que el mismo Libertador señaló alguna vez, como el que mejor lo representaba.
De modo que ese brusco ataque de patriotismo no pasa de ser un gimoteo hipócrita aderezado con lágrimas de cocodrilo tras el cual se oculta el verdadero rostro del régimen. Porque, en efecto, ¿cómo puede ser bolivariano quien pretende permanecer como sea en el poder? Olvidan, adrede, que el 15F de 1819, en el célebre Discurso ante el Congreso de Angostura, Bolívar compareció para entregar los poderes que como dictador le habían sido conferidos, y señaló lapidariamente, que “… la permanencia de la autoridad en manos de un solo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos”, porque “…nada es tan perjudicial como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle, y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la USURPACIÓN y la tiranía”.
Ese es el Bolívar nuestro. El que nunca robo el erario público a pesar de haberlo entregado todo, y no aspiró a otra cosa, que el título de ciudadano. El que arropaba con su capa pueblos hambrientos y oprimidos, y en cuyo verbo convivían, el amor por Manuelita, y la furia de mil volcanes. Tal es el Bolívar que admiramos y queremos; al que le decimos, con Dionisio Aymara:
“A ti volvemos nuestros ojos, Bolívar
Para vencer el llanto, la fatiga, las soledades
Que amenazan al sitio donde ardía la llama del laurel
en otro tiempo”.
El otro, el que vegeta en los cuadros de la Asamblea Nacional que lo lleven al Cuartel de la Montaña. Y allí, parafraseando al poeta ruso Yevtuschenko, pidamos a los custodios de la tumba:
Redoblad la guardia
Tripicadla
Para que quede adentro por siempre “el supremo”
y con él
todo lo que debe pertenecer al pasado.
Macario González