Desde hace algún tiempo me vengo preguntando por qué los artistas e intelectuales le temen y rechazan con tanta vehemencia las propuestas colectivistas. Siempre la he respondido haciendo comparación de nuestra posición personal frente al militarismo el cual condiciona el funcionamiento social a un principio de autoridad dentro del cual la ley es un traje de látex que viste ostentosamente el Gran Hermano.
Esta respuesta en verdad pudiera explicar la razón del rechazo pero en verdad no informa sobre la vehemencia con la cual se expresa, la intensidad vital mediante la cual se convierte la contrariedad en una angustia enraizada en los parajes más íntimos del alma.
Angustia y miedo que pareciera aun más extraño si lo observamos en personas que toda su vida han luchado , sufrido y defendido las causas sociales contenidas en el marco de propuestas socioeconómicas inscritas en el comunismo
Creo haber encontrado una explicación bastante nítida a estas interrogantes en la lectura del libro autobiográfico de Sandor Marai, Tierra, Tierra, Marai nos ofrece en esta obra una pormenorizada explicación de cómo las opciones individuales para las ideas y la creación gradualmente son cercadas, hostigadas y eliminadas por quienes en nombre de la igualdad social le imponen al pensamiento un recetario, sobre el cual se determina el éxito artístico e intelectual, en otras palabras, quien mejor repita el contenido del manual de ideas revolucionarias.
Este concepto de igualdad manejado por quienes aspiran un control férreo de la sociedad para crear un nuevo orden donde la individualidad es un enemigo estratégico a vencer porque ideológicamente lo asocian con la mezquindad, es algo a lo que temen quienes como los intelectuales y artistas asumen su justificación existencial como una insurgencia creativa en contra de los paradigmas convencionales…
De eso se trata Tierra, Tierra, el libro autobiográfico de Sandor Marai, un novelista húngaro que relata la manera gradual y envolvente como el comunismo soviético se apoderó de una sociedad hasta hacerla parte de la gran colmena que fue el socialismo real europeo hasta la caída del muro de Berlín.
Estas ideas las pude verbalizar con claridad en una reunión de hace algunos meses en La Miel… Allí en conversación de alta exigencia temática pude entender a plenitud una frase que le dirige un familiar cercano a Sandor Marai.»Tu puedes disentir porque escribes, yo que no tengo nada necesito estar con esto», palabras más, palabras menos con esta expresión el interlocutor de Marai le hizo saber que el socialismo o el comunismo eran la vía de afirmación existencial para quienes sin bienes materiales o intelectuales necesitan de un colectivismo que los libere de la cárcel que significa tener motivaciones sin talento para hacerlas realidad.
Quienes se sienten amenazados con estos proyectos de igualdad a rajatabla pueden alegar con legitimidad que el más claro indicio de entrar a un escenario donde se hostilice la creatividad estética por considerarla disidencia política, es el lenguaje. La manera grosera, desconsiderada, escatológica con la cual la dictadura trata a sus adversarios, no importa que sean sacerdotes, estudiantes, amas de casa o incluso amigos entrañables que en algún momento sostengan una opinión distinta a la suya. Por eso el temor a ser iguales en un régimen donde el paradigma sea la obediencia, el acatamiento incondicional.
Jorge Euclides Ramírez