#OPINIÓN Cronicario – César Peralta: además de la instrucción la escuela debe graduar ciudadanos #17Jul

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En su largo peregrinar por las escuelas larenses, el profesor César Peralta se ocupó de la educación de un modo que hoy llamaríamos integral, al complementar las enseñanzas básicas previstas en los programas oficiales, con la capacitación para el trabajo y la formación social, moral y cívica como llamaban en bachillerato a esta materia eliminada sin explicación.

Muy importantes son el lenguaje y la aritmética, la gramática y las ciencias naturales, la geografía en sus dimensiones regional, nacional y universal, decía. Y de la Historia para conocer los protagonistas de los hechos del pasado y sus errores para no volverlos a cometer, también la formación ciudadana, comentaba al destacar la importancia de la educación. Además de la instrucción, la escuela debe graduar ciudadanos.

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César Peralta Alvarado, mi padre, fue un educador a tiempo completo toda su vida y se destacó por la enseñanza en áreas rurales. Hijo del general Silverio Peralta Ramos y María Eugenia Alvarado Paiva, nació el 3 de febrero de 1908 en Urachiche, estado Yaracuy. Se ufanaba de su cumpleaños con el natalicio del mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre. En este poblado rodeado de rica vegetación y quebradas de aguas cristalinas y pozos de alegres baños, amenizados por los cantos de los pájaros transcurrió su infancia feliz, cursó los primeros años escolares y se vino a Barquisimeto para seguir estudios y llegar a bachiller.

De 19 años se fue a Caracas con la intención de continuar en la universidad y comenzó a trabajar en la Cervecería Caracas como electricista y carpintero, oficios aprendidos desde temprano. Allá lo sorprendieron los sucesos encabezados por la juventud universitaria contra el tirano general Juan Vicente Gómez en 1928 y la feroz represión de la policía gomecista contra los jóvenes le obligó regresar a Barquisimeto donde se inició como maestro de escuela, con intención de volver a la capital cuando se aplacaran los alborotos políticos. Aquí descubrió su pasión por la enseñanza

En 1930 lo enviaron a El Tocuyo y de allí a la bucólica población de temperamento paramero de Barbacoas donde necesitaban un educador. En este frío poblado de los Andes larenses, de gentiles y cordiales gentes, donde la quebrada del vino es regalo divino en placentero valle con grato y helado pozo, nacieron sus primeros hijos, Clara, Teresa y Gregorio.

Allí se percató que la enseñanza rural debe ser más completa pues muchos de los campesinos no continúan estudios, permanecen en el campo, dedicados a labores agrícolas y pecuarias. Además de la instrucción básica de los programas comenzó a enseñarles carpintería, ebanistería, electricidad y plomería a los varones y entre las hembras promovió las manualidades, corte y costura. Insistió en conocer la Historia de Venezuela y valorar la presencia de los héroes larenses en la gesta emancipadora, Jacinto Lara, Pedro León Torres y sus seis hermanos, José Trinidad Morán, Florencio Jiménez y otros próceres, ejemplo de gallardía y valor.

Peralta dio especial importancia a los valores en la formación ciudadana: respeto, responsabilidad, puntualidad, trabajo, honestidad, solidaridad y apego a las leyes. Principios éticos, libertad, democracia y familia.

En este laborioso poblado conoció a Josefina Giménez Zambrano, mi madre, de quien se enamoró de sus ojos verdes, su sencillez y laboriosidad, se casaron en 1930 y procrearon a Silverio José (1936) y César de Jesús (1937), los mayores. De allí lo mandaron a los cujisales gratos de Bobare, envuelto en las variadas xerófilas que le cambiaron el paisaje y de allí pasó a las escuelas de Barquisimeto donde nació Eugenia Josefina (1942).

Voraz consumidor de noticias, se hacía llevar los periódicos desde Barquisimeto adonde estuviera y era capaz de leerse hasta los obituarios, disciplina enseñada a sus alumnos a quienes ponía a escudriñar en ejercicios de lectura. El gobierno del general Medina Angarita retomó la educación rural y Peralta fue como director a los poblados de los Andes larenses, consolidó la escuela en Humocaro Alto y fundó la Manuel Ramón Yépez de Humocaro Bajo, mi apacible poblado natal, rodeado de verdes montañas de casas al estilo colonial, de atractivos paisajes andinos y la bonhomía de su gente, además del Peñón, emblemático monumento natural, orgullo humocareño. La mayoría de sus cordiales pobladores viven de la actividad agrícola. Fuera de la unión conyugal, de sus viajes a Barquisimeto nacieron Ligia e Iván. En esa época el director vivía en la escuela y así nací, entre olores a tiza y madera de lápiz de punta recién sacada, entre jolgorios del recreo y el canto de los himnos para entrar a clases.

De nuevo emprendió otra ruta cuando en 1948 lo mandaron a Cabudare, a la escuela Ezequiel Bujanda y allí estaba cuando el 3 de agosto de 1950 el terremoto que asoló a esta región centro occidental sacudió a varias poblaciones. En 1951 fue trasladado de nuevo a la capital larense y luego de laborar en varias escuelas fundó la Pablo José Álvarez hoy con primaria y bachillerato en la calle 44 donde funciona actualmente. También cumplió labores de enseñanza en Educación de Adultos con jornadas nocturnas de alfabetización, donde además de enseñar el abecedario y la escritura a gente trabajadora les hablaban de valores y principios: ciudadanía, responsabilidad, respeto, honestidad, solidaridad, apego a las leyes, ética, familia, libertad y democracia.

Tras tantos años al servicio de la educación y formación de nuevas generaciones, jubilado regresó a Barbacoas donde fundó un liceo subsidiado por la comunidad y otra escuela. Fue un preocupado por la naturaleza y en sus clases se inspiró en la educación ambiental, en la preservación de la biodiversidad y la promoción de la siembra de árboles en pueblos y ciudades, como en las calles de Cabudare, donde sobreviven las sombras de algunos sembrados con alumnos en las jornadas de conservación. Combatió la tala y la quema de la vegetación, en especial en los nacientes de las corrientes de aguas, enseñanzas igual a los estudiantes para el cuido de ríos y quebradas, en las zonas altas larenses.

En la vejez sembraba en potes las semillas de aguacates, mangos, tamarindos, limones y almendrones que el querido Rafael Ángel salía a vender en una carretilla. “Hay que facilitarle a la gente la siembra, en especial de frutales, se justificaba. Se debían sembrar en las calles para la sombra y los tiempos de hambre”. Después tuvo dos hijos más, mi colega Zaida Principal y Gerardo Principal. Educadores fueron su esposa Chefina, como la llamaba, quien le acompañó en el hogar y la gestión educativa, herencia vocacional trasmitida a hijos y nietos, continuadores en la labor de la enseñanza, en particular en estos tiempos tan difíciles para la docencia donde se han violentado los sagrados principios de la educación y adulterado los contenidos con caprichos y falsedades, se convirtió a la escuela en simple trámite de escolaridad donde los estudiantes pasan de un grado a otro sin saber leer ni escribir. Se ha desconocido el valor y la importancia de los educadores y su función principalísima en la formación de los ciudadanos para su crecimiento personal y el desarrollo del país.

En su casa siempre hubo apoyo a quienes mostraran interés y salió de Humocaro Fortunato Colmenárez con una beca para estudias agronomía en Costa Rica y el humilde René Galeno llegó desde Ospino para graduarse de médico en la Ucla, entre otras. Entre tantos valores dejó la pasión por la lectura, el periodismo y la historia junto a la preocupación por el ambiente y la ecología. Me sembró ciudadanía.

César Peralta es recordado con cariño en las poblaciones donde ejerció el magisterio con verdadera vocación de servicio y murió en Barquisimeto el 20 de febrero de 1996, de 88 años recién cumplidos, labor nunca reconocida por las autoridades educativas del país y la región, pero a él siempre le bastó el aprecio de quienes tuvieron la fortuna de ser sus alumnos y compañeros en la gestión hermosa de formar ciudadanos.

Juan José Peralta

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