Una dictadura está socialmente derrotada cuando el miedo que infunde, de continuo hace el milagro de abrir los ojos de los ciegos y siembra valor en los hasta ayer indiferentes.
Está militarmente aplastada cuando el fragor de sus armas multiplica por cientos los flancos de la disidencia; y la mano que empuña el fusil se nubla, con maldición, de sangre inocente y de sucia cobardía. Ese pelotón habrá acudido a la cita de su crimen mercenario sin escuchar una sola clarinada de gloria, vacío de causa y de todo rastro de inspiración moral.
Una dictadura está políticamente agotada cuando las minas de la división que decreta en los partidos y el descarado festín de sus compras de conciencia entre una juerga de bastardos de avariciosas manos alargadas, más bien sella pactos de sobrevivencia, purifica liderazgos y obliga a juntar codo con codo a los más dispersos.
Eso es lo que acabo de ver en la sede regional de AD-Lara. Una sesión del bloque parlamentario, coordinado por ese cordial e invariable paladín de la Unidad que es Macario González, reunió un coro de voces afinado en un solo clamor: No ceder, por encima de las amenazas, no claudicar jamás, redoblar esfuerzos, responder con calle el aislamiento convertido en arma de desmovilización.
Edgar Zambrano, quien no necesita ni pide ser reivindicado; Guillermo Palacios, Bolivia Suárez, María Teresa Pérez, Obeiber Peraza, dijeron lo que tenían que decir. Lo que puntualmente se espera de un político decente, con un futuro y un legado qué cuidar.
Aquellos que se fueron ninguna falta hacen. Los bernabeses y lamazares que en su gris hora menguante se han prestado para la rastrera vileza, que les aproveche. Bien idos están todos.
José Ángel Ocanto