Mientras pasan los días resaltan nuevas realidades sobre la dolencia que hoy impacta a todo el planeta en pleno siglo XXI. En un mundo globalizado la menor información o desinformación sobre el mal recién detectado prolifera, corregida y aumentada, en medios de comunicación y sociales, induciendo en mucha gente cautela, y aún pánico.
A ello se suma una profunda desconfianza con la dirigencia política de muchas naciones, y en algunos casos la falta de liderazgo creíble. Así se entiende que buena parte del mundo se haya volcado hacia la comunidad científica en busca de respuestas a la calamidad inesperada.
Y en esa situación hay medios irresponsables que alimentan una histeria colectiva– con frecuencia promocionando sus tendencias políticas. Así vemos a más de 25,000 mermados mentales pidiendo que la revista PEOPLE declare al doctor Anthony Fauci, director Instituto Nacional de Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos, como el hombre más “sexy” del mundo; y a la sensacionalista CNN colocando a la pipiola Greta Thunberg en su panel de “expertos” en COVID-19.
Los esfuerzos de la comunidad científica merecen todo el respeto y colaboración de la humanidad, y sus opiniones forman parte imprescindible de toda evaluación del reto. Pero la ciencia no puede dominar la toma de decisiones políticas en el más amplio espectro de la vida humana.
La comunidad científica no puede ser el único factor decisorio porque el planeta no es laboratorio antiséptico, y la sociedad no es un conejillo de Indias que se pueda aislar y esterilizar en probeta. Es insostenible y totalitario mantener aislada a toda la humanidad asintomática.
Michael Ryan, director de Emergencias de la OMS, ya ha declarado que el COVID-19: «podría convertirse en otro virus endémico en nuestras comunidades, y estos virus pueden no irse nunca«. No estamos ante un reto que pasará.
Tratándose de un mal como tantos que han surgido en la historia ya va siendo hora de que se recupere el sentido común en torno a las personas asintomáticas, se adopten sencillas prácticas preventivas que todo ser racional pueda administrar con responsabilidad propia, y se inicie el camino de la recuperación del impacto causado.
En definitiva, como dijo el estadista Franklin Delano Roosevelt: “a lo único que debemos temer es al propio temor – terror anónimo, irracional e injustificado que paraliza los esfuerzos necesarios para convertir el retroceso en avanzada”. La vida tiene que continuar.
Antonio A. Herrera-Vaillant