Los venezolanos nos encontramos sumergidos en un dilema de supervivencia. Recibimos este escenario de pandemia en condiciones profundamente adversas. Somos vulnerables ante cualquier externalidad, y por eso preocupa sobremanera que se extienda el confinamiento por 30 días más sin tener en consideración las repercusiones en el área económica.
Venezuela acumulaba una caída de 60% en el PIB desde el 2015 al 2019. Siguiendo las estimaciones del Fondo Monetario internacional, con este escenario de pandemia se prevé una caída de nuestro PIB en 28% para el 2020, lo que significa una pérdida acumulada de 71% desde 2015.
Los precios durante el primer cuatrimestre del año acumulan una variación aproximada entre 250% y 350% [varía de acuerdo con la fuente]. Si seguimos los datos de variación de precios quincenal publicados por el Observatorio de Gasto Público de Cedice, hay una aceleración del índice bastante notoria a partir del 15 de febrero, reflejo de una política inflacionista que pretende mitigar los costos del confinamiento de forma infructuosa e incluso con efectos severamente contraproducentes.
Y es que evaluar las estrategias del régimen parte por caracterizar sus recursos a disposición: La producción de crudo para el mes de abril fue de 622.000 b/d, cifra totalmente irrisoria. El precio de la cesta venezolana se ubica, de acuerdo con cifras oficiales, en 13.41 US$/b, es decir, estamos vendiendo petróleo a pérdida
. Las estimaciones sobre la caída del PIB son reflejo del ya disminuido ingreso fiscal real por concepto de impuestos. Las reservas internacionales se ubican en tan solo 6.4 millardos de dólar, y el conflicto político descarta la posibilidad de acudir a organismos internacionales en busca de ayuda financiera y humanitaria.
Este panorama deja en evidencia la poquedad de los actuales recursos del Estado, y por lo tanto, la nula o inexistente capacidad de maniobra. Dado este panorama, es poco probable la ejecución de políticas como la disminución de la presión fiscal, el rescate de empresas, planes de recuperación y financiamiento, la búsqueda de otras estrategias de prevención del coronavirus como por ejemplo la aplicación masiva de pruebas, mayor robustez del sistema de salud, etc.
El confinamiento en cambio solo requiere de una gran capacidad de coacción, y al tener el régimen suficientes recursos para tal fin, se convierte esta en su política predilecta, y contará con ella como su punta de lanza en estos tiempos, caracterizados además por una escasez de gasolina, por lo que la aplicación del confinamiento es totalmente oportuna para diluir los males sociales que se derivan de este gran problema.
El costo de todas estas malas decisiones recae en el venezolano. Cabe destacar que la crisis inflacionaria ha incentivado a que las personas abandonen sus empleos formales, que ofrecen ingresos fijos, en busca de ingresos variables mediante emprendimientos, empleos freelancer su otras actividades que ofrece el sector informal.
Lo anterior solo significa que muchos venezolanos cuentan con su actividad económica diaria para obtener el sustento mínimo y cubrir así, si es que alcanza, sus necesidades básicas elementales.
Se extiende el confinamiento, al mismo tiempo que se aplican políticas perversas que ya la experiencia ha demostrado que son un completo fracaso. No se ofrece alguna alternativa eficiente para mitigar los costos asociados a la cuarentena, que significa entre otras cosas un cese de la actividad económica y la sentencia a muerte para muchos venezolanos.
Estamos entre el covid y la inanición.
Óscar Torrealba