#Opinión: Malas noticias para la Tierra Por: Alexis J. Guerra C.

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Planteamientos

Nada auspiciosas para la Madre Tierra y, por supuesto, para el futuro de la humanidad, el saldo que en materia ambiental arroja el año que finaliza, toda vez que la preocupación por los daños que siguen ocasionándosele a la naturaleza no se corresponde con las medidas para evitarlo, según se desprende de los resultados de los foros mundiales en los cuales, una vez más, se debatió el tema.
En el Informe que prepara el Panel Intergubernamental de Cambio Climático para ser presentado en el año 2014, se da por descontado, entre otras conclusiones, que la concentración de CO2 en la atmósfera presenta los niveles más altos en 800.000 años y que el espesor del hielo ártico se ha reducido a la mitad entre 1980 y 2009. No hay lugar a dudas en cuanto al calentamiento global del planeta, asociado a la emisión de gases de efecto invernadero, así como tampoco en cuanto a que las actividades humanas son responsables del la elevación de más de la mitad de la temperatura media registrada en las últimas seis décadas.
A ello se agrega las dificultades y obstáculos presentes en las negociaciones de la reciente Cumbre sobre el Cambio Climático de la Organización de Naciones Unidas (ONU), efectuada en Doha, Qatar, por causa de los diversos y encontrados intereses de los  países que allí concurren, en torno al futuro del Protocolo de Kioto para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, que causan el referido calentamiento global.
Aunque hoy en día, las ciudades producen el 75% de las emisiones de carbono, están en condiciones de encabezar la economía ecológica mediante una mayor eficacia y el y el uso de innovaciones tecnológicas. El nivel del mar subió unos 17 centímetros durante el siglo pasado, poniendo en peligro a los habitantes de las zonas costeras. El deshielo generalizado de los glaciares no sólo creará riesgos de inundaciones sino que además, con el tiempo, reducirá el volumen anual de su agua en donde viven miles de millones de personas. La flota mundial de automóviles se triplicará para el año 2050 y el 80% de este crecimiento se producirá en economías en desarrollo. Reflexiones como estas se impulsan desde el portal web de los organismos internacionales, alertando acerca de la situación y la necesidad de tomar decisiones más radicales.
Desde 1997, cuando se firmó el acuerdo que obliga a 37 países industrializados a recortar sus emisiones de gases de efecto invernadero, muchos de ellos se resistieron a cumplirlo y desde entonces no han cesado de boicotearlo, restándole con ello credibilidad y legitimidad a las mismas instituciones internacionales que crearon y auspician. EEUU, segundo país más contaminante del planeta después de China, no ratificó en su día el Protocolo de Kioto, que tampoco obligaba a gigante asiático, la India y Brasil, consideradas economías en desarrollo para la época de suscribir el convenio. Igualmente, Japón, Rusia y Canadá se resisten a un acuerdo vinculante sobre el recorte de emisiones sin el compromiso de estas potencias emergentes, que hoy han pasado a ser poderosos competidores comerciales. Supuestamente, la normativa representa una camisa de fuerza para el crecimiento económico. No es el caso de la Unión Europea que ha ratificado su disposición, incluso unilateral, a suscribir una extensión del Protocolo de Kioto, si el resto de los países se comprometen a negociar un tratado global vinculante y a establecer una fecha para su implementación.
A mediados del año que finaliza, en junio, se realizó en Brasil la cumbre Rio+20, la mayor en la historia de la ONU. Congregó durante 10 días a líderes y representantes de 191 países 20 años después de la histórica Cumbre de la Tierra de 1992 en Río de Janeiro, que tomó decisiones para combatir el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la desertificación. Según reseña de las agencias de noticias, culminó con la aprobación de un modesto plan para avanzar hacia una «economía verde» que frene la degradación del medio ambiente y combata la pobreza, un acuerdo fuertemente criticado por falta de metas vinculantes y financiamiento.
Canadá, en el 2002, por intermedio del Parlamento ratificaba la adopción de las condiciones del Protocolo, no obstante, a lo largo del decenio en curso, nunca llegó a reconocer las condiciones impuestas, según declaraciones del propio Gobierno. Acaba de reafirma su salida, convirtiéndose en el primer país que revoca su firma y, por consiguiente, no está obligado a cumplir con la reducción de sus emisiones contaminantes.

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