#Opinión: El Grinch en las Navidades criollas Por: Alfonso Maldonado

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Realmente he vivido unos meses muy fuera de lo común. Una cantera de experiencias que, de momento, lo que causan es fatiga.
Pero quisiera referirme a algo que me sucedió hoy: un hombre que atiende un modesto local de comida cercano a la piscina de un club me decía: ”No se siente el movimiento como antes; la cosa se puso lenta después de las elecciones (del 7 de Octubre)”. Claro que esta persona se refería a la parte económica, que para los más incautos hay que especificar: la capacidad de endeudarse y responder ante esas deudas para poder vivir con la suficiente dignidad. Así que, detrás de los números me estaba hablando de un problema humano. Y la cosa se puso dura porque la gente abandonó el ímpetu que traía. Anímicamente se desinfló.
Personalmente no quisiera tocar de frente ni el problema político ni el económico, aunque no voy a evitar rozarlos: voy a tocar el problema de fe y de fe bíblica.
De pequeño veía la historia del Grinch en comiquitas, que Jim Carray inmortalizó caracterizando el cuento con personas reales. La historia es muy simple de contar: el Grinch, de corazón atrofiado, no podía resistir el espectáculo de ver a la gente feliz, y menos en Navidad. Así que decide secuestrarla: en una noche desnuda a la ciudad de adornos y regalos. Apenas amanece, se asoma al mirador de su madriguera para disfrutar contemplando la tristeza de los pobladores. Pero no: en vez de eso todos salen a felicitarse y a cantar danzando alrededor del Árbol de la Navidad. La historia termina bien: el temible Grinch reencuentra su corazón y se une a la danza del amor (la película de Jim Carrey, más psicoanalítica, infiere que el personaje supera los traumas de su infancia).
En mi caso la Navidad no es un árbol, que bien lo representaría, sino el Hijo de Dios vivo que se hace ser humano, hombre concreto, que se apasiona, padece y se compadece, y cuyo Amor eleva a la humanidad a la altura de Dios, que es lo que llamamos salvación. Así como el Grinch no es una persona, sino toda circunstancia adversa.
No es un momento mágico de invocación de las fuerzas cósmicas, ocultas e inciertas, que confluyen en la buena ventura y que, cuando fallan, solo amerita nuestra descepción y abandono. El Hijo de Dios es Buena Noticia compañera hasta en los momentos de infortunio, donde la creatividad rasguña los recursos que a mano se tienen para concluir el día. La humanidad lo ha celebrado durante siglos, en momentos mucho más difíciles, donde también la fe se tambalea para rencontrarse asida en el Hijo de Dios de Amor y Presencia permanente.
Razones humanas para vivir la Navidad y alegrarnos con esa alegría que decora, puede que hayan pocas. Pero la que es más fundamental permanece, y los motivos, si bien sobrehumanos, de alegría permanecen.
Obvio que eso debe generar una actitud ciudadana: el creyente debe construir la ciudad temporal, de la que habla el concilio Vaticano II con esas expresiones que recuerdan a san Agustín. De ahí la participación política, además de la económica, social y cultural.
Muchos arrastran su lamento desde el 7 de octubre: los motivos de fe permanecen. Quisiera decir que hay que darle la oportunidad a quien manda de demostrar que se está equivocado… pero después de 14 años realmente tienen poco margen de prueba. Obvio que yo sé de los propios errores de quienes detentaron el poder y los privilegios. Pero no basta ni lo uno ni lo otro.
Para depresiones en serio, los de la guerra de Independencia y los de la Patria boba. La depresión anímica iba acompañada de muertos en batalla, huída, pérdida de propiedades, violaciones, terror… y volvieron a levantarse.
Puede que el resto de la historia del siglo XIX, en la era republicana, no fuera tan gloriosa sino bastante acomodaticia y aduladora. Puede que así fuera. Pero la historia actual está por escribirse.

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