Ruperto Gascón tomó su maleta cargada de sueños y se escogió la ciudad de Kiev, en ese entonces territorio de la extinta Unión Soviética (URSS), como el lugar para continuar sus estudios de ingeniería.
Había escogido el camino difícil. Marcharse de su familia, conocer un mundo inexplorado, con el fin de continuar sus estudios de ingeniería. Siempre utilizó el deporte como trampolín y su ingreso al mundo universitario lo consiguió a través de la esgrima.
Era un joven soñador que sobre la pedana no dejaba de fantasear con dos metas claras: el campeonato mundial y el título olímpico. En aquel país lo observaron, le ofrecieron cursos de idioma mientras le daban el chance de entrenar como espadista.
Y llegó el día de volver a la realidad. Sus mentores le dieron la amarga noticia de que no tenía el nivel deportivo requerido y, de un golpe, le quitaron la ilusión de podio. Sin embargo, ya en esas tierras lejanas, decidió tomar la alternativa ofrecida por ellos; la carrera como docente de educación física.
Poco a poco, sin saberlo, se descubrió en su entorno natural. Aquella formación inicial como ingeniero fue consumida por la pasión hacia el deporte. Se movía como pez en el agua, nunca lo imaginó y, a la vuelta de unos meses un nuevo sentimiento florecía en su interior.
Culminó sus estudios, en 1991, y decidió regresar a su tierra, en el estado Bolívar. Allí se encontró con el amor familiar, con la gente que siempre le apoyó y, a la vez, con una imponderable barrera: otra nueva realidad.
Nunca le quisieron revalidar el título de licenciado en educación física. Tocó muchas puertas, en el Instituto Nacional de Deportes, y nunca fue escuchado. Nunca desmayó en proyectos, pese a las negativas, tocó y tocó puertas hasta que, un día, tuvo que hacer mayores sacrificios.
En Bolívar tuvo que hacer de todo para subsistir. Su profesión alternativa fue la buhonería la cual ejerció con sus hermanas Norys y Mary. Los hermanos Gascón hicieron eso hasta que, “Chicho” como llaman en casa a Ruperto, se dio cuenta del potencial de su entorno.
Rubén, Kelvin, Francisco y María Gabriela, todos hijos de sus hermanas, fueron el primer ensayo de un proyecto familiar que, sin querer, tiene el primero de agosto de 2012, en los Juegos Olímpicos de Londres, su hito más trascendente: el oro olímpico.
Se adueñó de un espacio en un gimnasio en Ciudad Bolívar. Quizá lo tomó para él y así ofreció sus primeras clases hasta que llegaron los resultados importantes, en menos de dos años.
Cuando todo marchaba bien en lo deportivo, lo económico estaba incierto. Una nueva llamada, esta vez de Polonia, hizo a Ruperto volver al viejo continente. Se marchó y sus hermanas se quedaron para seguir sus instrucciones. La herramienta tecnológica se hizo aliada y, poco a poco, usaba el chat, la video conferencia y los correos electrónicos para monitorear sus instrucciones.
La verdad más real es que, a la distancia, tomaba un lápiz parado frente a la cámara del computador y así impartió clases a sus sobrinos cerca de cuatro años. La reunión frente a la PC se hizo tan familiar como las horas de entrenamiento en la sala de esgrima.
Mentalidad guerrera
“Les sembré a los muchachos todo lo que aprendí. Les transmití mi sueño, mi deseo de ganar. Quizá ellos van a los juegos suramericanos o panamericanos sin mucha motivación porque lo que yo les dije fue: deben ganar los campeonatos mundiales y los juegos olímpicos, esos son los grandes, en los demás se entrena”, suelta Gascón.
Las palabras de Ruperto se mantienen con gran vigencia y es como un padre nuestro para sus dirigidos. Rubén Limardo, su sobrino y máximo retoño deportivo, lo certifica todas las veces que puede.
“El pedagógico de Caracas me reconoció mi título y me admitió en un postgrado. Hice uno en psicología, para motivar, ese es parte del trabajo que realizo. Le ofrezco herramientas técnicas y, también, estimulación a los muchachos. Allí está una clave de los resultados”, dice.
De su proyecto recuerda todo el proceso, documentado en su mente y la vivencia de su familia.
“Los muchachos se graduaron de bachilleres y me los llevé a Polonia, los alojé en mi casa y les di todo. Allá me habían empleado para hacer un trabajo científico en el deporte y yo en mi tiempo libre entrenaba a los muchachos. Primero nos facilitaron el espacio y, luego, no los quitaron”, dijo.
Gascón dice que los polacos se mostraron abiertos en un principio. En la medida que sus dirigidos tomaban nivel, los europeos cerraron el círculo. De la noche a la mañana se quedaron sin lugar para entrenar y, esta vez, escogieron un espacio propio.
“Entrenábamos solo los cuatro. Rubén, Kelvin, Francisco y María Gabriela. Yo me moví y conseguí módulos de trabajo en Rusia, los muchachos estaban un poco aburridos pero cuando llegaron allá, las cosas cambiaron”, recuerda.
El nivel de los zaristas era muy superior al de los polacos y, el cambio, resultó mucho más provechoso de lo esperado. Así llegaron los mejores resultados y la clasificación a los Juegos Olímpicos de Beijing 2008.
“Yo siempre me hice la meta de ser campeón. Quizá en China no teníamos la experiencia pero nos sirvió para madurar y aprender. Llevamos muchas tablas al principio, ahora es todo distinto. Rusia es distinto que Polonia, el nivel es mucho más alto y así fue como se hizo la transición”, dice.
Así fueron los primeros años. La historia que le sigue al próximo ciclo ya es conocida. Ruperto Gascón se regresó con sus muchachos a Polonia, y se mantuvo allí hasta conseguir el billete a Londres para Rubén y María Gabriela, vástagos de Norys y Mary Gascón.
“Siempre hemos tenido claro qué es lo que tenemos. Esa ha sido la clave. Se gana, se pierde, se aprende y se avanza. Estar en Europa nos ayuda mucho a mejorar. Quizá si nos hubiésemos quedado en Venezuela la historia sería otra. Es un imponderable”, espeta.
Fotos: Mindeportes/Cortesía