Para el momento de escribir estas líneas no sabemos cuál será el desenlace de la gira cumplida por el Presidente (e) Juan Guaidó. Aún no ha regresado al país. Esperamos que su llegada transcurra con la mayor normalidad posible. Sería lo más conveniente para todos, incluido un régimen que está en la mira de propios y de extraños.
Lo que nadie puede discutir es el éxito alcanzado en esta extraordinaria jornada. El respaldo internacional a la causa de la liberación de Venezuela está fortalecido y consolidado. No sé si finalmente hubo la entrevista particular con Donald Trump, pero no lo considero lo más importante aunque fuera mejor tenerla que no tenerla. La posición de Estados Unidos es clara y constantemente ratificada por los voceros más calificados del gobierno y de republicanos y demócratas. Las especulaciones sobran y convertir este punto en el centro del análisis de la gira parece un despropósito al que no deberían prestarse opinadores de la oposición auténtica.
Lo más importante de este tiempo, en el año que se inicia, es el mensaje que tanto Guaidó como la Asamblea Nacional, el G4 y todos los grupos y personalidades puedan compartir para trasmitirlo a una población con serias incertidumbres y temores con relación al futuro inmediato. No se trata de liquidar el pluralismo propio de la democracia, pero es indispensable fortalecer la coincidencia en el objetivo fundamental. Cada cual trabajará para alcanzarlo desde su propia perspectiva, pero sin desviaciones sospechosas e inaceptables.
El régimen tiene problemas muchos más serios y definitivos que la oposición. Hay discrepancias profundas y un creciente rechazo hacia las actitudes que tanto Maduro como Cabello trasmiten a diario. La angustia por el destino que tendrán a corto plazo, la incertidumbre sobre el futuro de sus familias y propiedades crece y esa tendencia, muy criolla por lo demás, de no asumir responsabilidades personales y endosar las culpas a terceros empezando por los más cercanos,se apodera aceleradamente del alto mando oficialista.
Lo señalado sucede en el alto mundo del poder ejecutivo y judicial (TSJ-OF), pero también en el seno de las fuerzas armadas. El malestar es enorme y creciente. Está agravado por el proyecto de reforma a la legislación vigente sobre las FAN presentado por el inefable ministro de la defensa Vladimir Padrino. La apelación permanente a los colectivos convertidos en milicias para amenazar a la población refleja la falta de confianza en el ejército, en la marina y en la aviación, pretendiendo ahora darles rango formal y jerarquía militar legalmente establecida. No menciono a la Guardia Nacional porque será objeto de un análisis específico en otra ocasión. Como diría el desaparecido Gonzalo Barrios, tiene que perder desprestigio. Está muy mal.
Oswaldo Álvarez Paz
@osalpaz