Bajo la nieve que cae por primera vez este invierno, una larga fila, en la que hay mujeres, desempleados, inmigrantes, espera a entrar al centro de acogida de Cáritas en Burgos, en el norte de España, mostrando el amplio espectro de una pobreza galopante.
En el local situado en los bajos de la sede de esta organización asistencial católica, las mujeres buscan en las estanterías ropa de abrigo que se llevarán por unos euros.
«Estoy aquí por el frío», murmura Carmen Pérez, una empleada de hogar, de 52 años, cubierta con un gran gorro de lana, mientras agarra una bolsa con su preciado abrigo, que ha cogido porque «abriga mucho».
Desde hace un año, con sus ingresos de 800 euros mensuales, su marido y tres hijos de 20, 24 y 28 años, todos albañiles desempleados, y un alquiler de 400 euros, se ha convertido en una habitual de esta tienda.
«Aquí, si no tienes nada, te lo dan gratis», aseguró, afirmando que «hoy me han regalado una bufanda».
En la recepción, la gente sin hogar espera su turno, esperando conseguir una plaza en este albergue de 40 camas, instalado en un antiguo edificio de piedra renovado, cerca del corazón histórico de esta ciudad de 170.000 habitantes.
«Desde enero, hemos alojado ya a 1.100 personas, tantas como en todo el año 2011», explica David Alonso, uno de los encargados de los sin techo.
En un momento en que el desempleo supera el 25%, las organizaciones humanitarias se están alarmando de la progresión de la pobreza, pero también del perfil de los nuevos peticionarios de ayuda. 12,7 millones de personas, en este país de 47 millones de habitantes, estaban en 2011 en peligro de pobreza o exclusión, según un estudio europeo.
«La crisis está afectando a personas que estaban en una situación estable, de la clase media», subraya David Polo, que también trabaja con los sin techo, y que considera que «no hay nadie hoy en España que no se haya visto tocado por la crisis, menos los muy, muy ricos».
En la calle, «la media de edad es más baja, de unos 35 a 40 años, antes esa media era entre 40 y 50 años. Este año también hemos visto un aumento significativo de mujeres», añade David Alonso: 12% de las 1.100 personas acogidas, frente al 9% el pasado año.
En el comedor social cercano del centro San Vicente de Paul, Javier Santos pasará unas largas horas con sus compañeros, sentado a la mesa, frente a la televisión que sirve para matar el tiempo.
«Vengo a tomar un café, porque no tengo ningún lugar para tomar un café», dice este desempleado de 34 años.
Desde hace más de diez años, Julián García observa a los que vienen a este comedor. Este discreto jubilado de 60 años es uno de los voluntarios de esta cantina social que sirve cada día desayuno, merienda y cena a los más necesitados.
Su veredicto es claro: «Había mucha inmigración. Desde hace tres años, el número de gente de Burgos ha aumentado de manera alarmante. Son gente que no tiene recursos y que tiene que buscarse la comida».
Javier tenía un empleo en la metalurgia, una novia, un techo, ganando a veces «hasta 2.800 euros al mes, trabajando el domingo».
Hace dos años comenzó el descenso hacia los infiernos: el despido, la ruptura con su pareja, el fin del subsidio de desempleo, y después la calle, sin ningún recurso.
Javier se mantiene discreto cuando oye a uno de sus compañeros relatar su deriva en el universo de la droga. Pero, para los empleados de Cáritas, la lacra de la pobreza está muy presente día a día, acentuada por el desempleo que derriba los últimos diques sociales.
«Al romperse el trabajo, empiezan a aflorar problemas que antes el trabajo les tapaba, el alcohol, las adicciones», subraya David Alonso.
El primero de diciembre, Javier empezará a cobrar su ayuda de 426 euros mensual para los desempleados que han terminado su subsidio de desempleo. Por medio de Cáritas, también ha logrado alquilar una habitación en un apartamento, por 180 euros al mes, sin tener que pagar agua y electricidad.
Su ayuda mensual le impedirá acceder al comedor social. «Intentaré comer con esto. Cuando se agote el dinero, volveré a comer aquí. ¿qué puedo hacer?», añade.
«Nunca me hubiera visto en esta situación», afirma, asegurando que el marchar al extranjero como están haciendo muchos españoles, tampoco le parece posible.
«No es tan fácil como parece, me da un poco de miedo. No me atrevo a dar un paso tan grande», confiesa.
Por la noche, en el centro de Cáritas, los sin techo se benefician del calor de los pasillos y las habitaciones. En el bajo del local, serán seis o siete esa noche a desplegar sus mantas en unas camas de campaña de la unidad de acogida de urgencia, prefiriendo esta pequeña comodidad al frío del exterior.