#Opinión: El Sartón Por: Carlos Mujica

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Lectura

Lo llamaban El Sartón, pero nunca aquel epíteto hizo mella en su despreocupada existencia. En un pequeño local de una esquina, tenía una pulpería (bodega). Una puerta hacia la calle Real, la otra al cruzar la bocacalle. En la armadura unos cuantos potes de salmón, sardinas, frascos de aceites, etc. Un mostrador sobre el cual, en uno de sus extremos, una vitrinita de tela metálica de ojo menudo en cuyo interior las conservas de papelón y coco, las arepas, las catalinas (cucas), los cantinollores, los suspiros. Desde afuera de ella un enjambre de avispas negras (papeloneras) revolotea pugnando contra la malla por conseguir un acceso al interior. Del techo guindan sobre el mostrador racimos de guineos y manzanos.

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Entre los cambures y el mostrador el espacio necesario de los compradores. Era voz populi que El Sartón era un hombre “carcachero”; voz regional salvaje, huérfana de diccionario. Hombre alegre, desparpajado, de riza franca y actitudes de infantil inocencia. Los muchachos tenían mucha “pega” con El Sartón y no podían faltar a las buenas oportunidades que el pulpero siempre les brindaba. Como las avispas al dulce, los muchachos merodeaban el negocio con frecuencia consecuente.

El Sartón tenía siempre en palabra el milagro para transferir sus miserias. Llegó el “pisaflores”, muchacho que las niguas dieron un modo zandungueado a los pasos de sus pies descalzos. –Anótame una locha de cambures, dijo al Sartón, pisaflores. ¡Cuánto me debei tú, ripostó El Sartón!. –Tres lochas, na más. El Sartón se carcajeó, y luego: Vamos hacé un trato: te comey esta mano e cambures ¡y no me debey na`¡ Pisaflores de dio a comer cambures con mucho entusiasmo, pero, de repente, se llevó las manos al estómago contorsionándose de dolor. El Sartón soltó la carcajada y con los muchachos le auxilió.

La tablita y las botellas era el juego que El Sartón con más frecuencia proponía a los muchachos. -¡Se quieren ganá un fuerte¡ ¡Sí..sí..sí; todos a una voz¡ Sacaba la tablita y la colocaba sobre las dos botellas (tercios) acostadas. Tomaba un fuerte del bolsillo y lo tiraba a la acera como a un metro de la tablita. ¡Yo, yo, yo!, gritaban los muchachos. El Sartón alzaba uno y lo colocaba sobre la tablita. Se formaba una guirisapa porque con el impulso del muchacho, las botellas rodaban hacia atrás. El Sartón y los muchachos reían de gozo. Y la función se repetía para todos y cada uno de los muchachos hasta que alguno se quedaba con aquella monedota de plata.

Cuando llovía el agua corría por la cuneta entre la acera y la calzada; los muchachos acudían diligentes porque sabían que El Sartón tiraba fuertes a la corriente para que, en un zaperoco de muchachos, de aquella agua revuelta los sacaran con la boca. Había muchas otras cosas que se le ocurrían al Sartón para entretenerles y entretenerse y para contribuir con las necesidades de los muchachos.

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