Me ha dado por irme hacia el pasado, debe ser porque estoy al final de mis días, entonces me toca recordar, analizar y resumir mi vida para sacar una conclusión. Fue buena, muy buena, la he disfrutado y si algo tengo que presentarle a Dios para pasar el examen final, es sólo eso, mi alegría de vivir, mi optimismo invencible, nada más. No hecho nada grande ni valioso ni trascendente, simplemente recorrí sin desaliento la maravillosa aventura de existir. Donde muchos ven sólo penas yo veo contrastes interesantes que dan sentido y hermosura a todo. Si no hay tinieblas no apreciaríamos la luz, si no hay dolor no sabríamos de la felicidad, si no hay soledad no conoceríamos la experiencia grata de la compañía. En las artes plásticas la sombra y la luz definen la obra maestra de una pintura de Rembrandt o una escultura de Miguel Ángel; en la música tenemos el adagio y el allegro, en todas sus combinaciones, para lograr la gran belleza armónica.
Mi hermano Antonio, muy parco en todo, de muy pocas palabras, me sorprendió un día, ya bien entrados ambos en la madurez, diciéndome: Yo te admiro mucho. Cuando muy extrañada le pregunté ¿por qué?, me contestó: Porque has hecho en tu vida todo lo que te ha dado la gana, lo único que te falta es grabar un disco cantando. Me reí de buena gana, ¿cantar, yo? Eso sí que hubiera sido insólito. Más bien creo en la gran misericordia de Dios con mi entorno por haberme dado oído, pero no voz, porque exhibicionista como soy, en todas las reuniones sociales me hubiera empeñado en cantar hasta el aburrimiento de la audiencia. ¿No les ha sucedido que un cantante amateur les agrade por un rato, pero luego los sature por ese entusiasmo que alarga demasiado su momento lírico? ¡Yo hubiera sido de ese talante!
Sin embargo, tengo ciertas experiencias en mi pasado. En San José de Costa Rica, donde viví de los 10 a las 15 años, en el pensum escolar la música es materia obligatoria. No sólo aprendí a solfear, también a escribir en el pentagrama elementales dictados musicales y…, ¡a cantar.! Bueno, es un decir, porque cuando me examinaban en las canciones del librito Lo que se canta en Costa Rica, la profesora me decía con cariño: Alicia, la califico porque se sabe la letra. Pero asómbrense, esa misma profesora, cuando cantaba en el coro de la escuela, me animaba: ¡Cante duro! Y cantábamos en público. Ella, pienso ahora, se dio cuenta de mi única habilidad: imitar a la de al lado. Aunque ustedes no lo crean, así canté el Avemaría de Gounod.
La abogado, músico y profesora, Parmana Armoogan, se quedó en vilo al contarle que yo había cantado ópera en el Teatro Raventós de San José de Costa Rica; cuando le dije en que, soltó un carcajada: En el coro mudo de Madame Butterfly. Es decir, a bocca chiusa.La única manera posible.
¡Ah, qué recuerdos tan gratos cuando recorro el pasado! Yo fui feliz en esos cinco años en la tierra tica. Allí nací como actriz. En septiembre de 1937, con 11 años y 8 meses, protagonicé la dramatización del cuento La bella durmiente, nada más ni nada menos que en el Teatro Nacional de la capital, bello edificio estilo neoclásico francés, que provocó esta frase de Jacinto Benavente: San José es un pueblo alrededor de un teatro. Fue mi debut teatral y quiso Dios que exactamente 60 años después fuese mi despedida en el Teatro CADAFE de Caracas, como protagonista de mi pieza Jade. El 31 de agosto de 1997 pisé por última vez un escenario.
Lo más importante recibido de la educación costarricense -que para mí fue de la mitad de la primaria al comienzo de bachillerato- no es la experiencia musical ni la dramática, sino la sólida formación para ser ciudadano. No se queda la educación cívica de Costa Rica en el conocimiento y veneración a los símbolos patrios -bandera, escudo, himno- va mucho más allá: amor a la libertad, respeto al otro, conciencia y responsabilidad de pertenecer a una sociedad a la cual hay que elevar, cuidar el ambiente, considerar siempre al que viene detrás, dejarle espacio y limpieza, igualdad fraterna o sea, una auténtica vivencia de la democracia.
¡Un país que tiene más escuelas que soldados! Lección perenne de cultura y civismo para el resto de América.
Alicia Álamo Bartolomé