Es una isla al sur de la India y se llamaba antes más bonito: Ceilán. Suena mejor, más armonioso y sugestivo, pero sus razones tendrían para variar el nombre. Supongo la principal: cuando se separaron del Reino Unido en 1948, los ceilaneses resolvieron cambiarse de apellido, como dama que se divorcia: no llevar el del dominio. Vida nueva nombre nuevo, que no debe ser tan nuevo, sino primitivo, cuando no eran de nadie. Y al hacerse república en 1972, este nombre se afirmó. Por supuesto, son conjeturas mías porque poco sé de la historia de esa parte del mundo. Su capital es Colombo y eso me extraña, porque me suena a Colón y él precisamente no llegó a la India, el continente americano se le atravesó, será un homenaje a su intento.
Quizás a alguien le sorprenda que yo empiece este artículo con toques de humor cuando en Sri Lanka acaban de suceder tan trágicos sucesos. Lo explico: por lo mismo, para aliviar en algo estas tensiones mundiales que están dañando la psiquis de la humanidad. El formidable adelanto de la tecnología comunicacional ha hecho que los terrestres vivamos en una aldea donde inmediatamente sabemos todo de todos. Este hecho tiene dos vertientes y ninguna es mejor que la otra: nos involucramos en los sucesos, que hubieran sido antes lejanos, hasta el punto de llorar con los dolientes y amargarnos; o eludirlos sin importarnos el dolor ajeno. Por un lado sería practicar la virtud de la misericordia exageradamente, por otro vivir la insensible indiferencia egoísta. En ambos casos estamos atrapados en una maligna red de contradicciones, por eso digo:
Vivimos una tragedia planetaria concebida, montada, dirigida y lograda por autores y directores diabólicos. ¿Exagero? ¿Qué vemos desde hace tiempo en nuestro mundo? Un desbordarse del mal en todos las esferas. Detengámonos solamente, como ejemplo, en este caso de Sri Lanka. Los cristianos, minoría en el país, reciben con alegría la aurora del 21 de abril de 2019 porque es el día de la Resurrección del Señor, la fiesta más grande en el calendario litúrgico de su fe. Fiesta global, pero para ellos más íntima y entrañable por ser pocos; acuden a sus sencillos templos a celebrarla, inocentes de que volarán por el aire y la celebrarán en el cielo. Se suceden la crueles explosiones ejecutadas por los sin alma y la alegría pascual se convierte en llanto y luto. Centenares de muertos, cuántos heridos, cuántos deudos desolados. ¿Y hay quién lo celebre? Pues sí, los hay, los fanáticos de siempre, los que han destrozado la paz y la convivencia con su ceguera absoluta al bien, la belleza y la armonía. Sólo tienen ojos abiertos y las puertas de par en par para el odio, no sé si ancestral o adquirido y cultivado. Da lo mismo, el odio, sea de donde venga, es y será siempre destructivo, aniquilador de toda bondad.
Me anoto con el perdón, tanto de las ofensas pequeñas como de las grandes, las personales, comunitarias, nacionales o mundiales. Me anoto contra toda discriminación religiosa, racial, étnica, política, social, cultural o económica. Me anoto con la justicia y en contra de la venganza, con la misericordia y en contra de la retaliación, con la caridad y contra la envidia, con la fe y contra la desconfianza, con la esperanza y contra el desaliento, con la verdad y contra la mentira.
Admiro al Magallanes y al Caracas, a los Medias Rojas y los Yanquis. al Real Madrid y al Barça, a Rafael Nadal y Roger Federer.
Me identifico con Yom Kippur, Jesucristo, Buda, Mahoma sin fanáticos, Mahtma Gandhi, Martin Luther King, Nelson Mandela.
¿Quién me sigue?
Nunca podremos mejorar este mundo satanizado si no nos inscribimos en el bando de la comprensión, la tolerancia, la fraternidad y el amor… que es el bando de Dios.
Alicia Álamo Bartolomé